En el hogar suelen producirse muchas
situaciones tensas que dificultan la oración. El no poder orar con la esposa, o
con el esposo, es una inmensa pérdida para el matrimonio y para la familia.
Satanás lo sabe, y por eso ha desplegado todo su arsenal de maquinaciones
mentirosas para impedir esta oración, que, de realizarse, será una inmensa
pérdida para sus planes.
Oraciones sin estorbo
"Para que vuestras oraciones no tengan
estorbo" (1ª Pedro 3:7)
Las palabras del apóstol aquí están dirigidas a
los maridos. Se les exhorta a vivir con su esposa sabiamente. Según el consejo
de Dios, es sabio dar honor a
la esposa. (Dar honor es
“atribuir valor e importancia”). Cabe preguntarnos: En las decisiones que
tomamos, especialmente en aquellos asuntos que comprometen la vida familiar,
¿cuánto importa el consejo de nuestra ayuda
idónea? ¿La valoramos, la honramos? Aun en nuestro vivir diario, la
Palabra nos enseña que el casado ha de tener cuidado de cómo agradar a su mujer
( 1 Cor. 7:33).
Simple pero importante
La enseñanza respecto de la oración aquí parece
extremadamente simple; sin embargo, las contingencias propias del diario vivir,
más el defecto propio del carácter de los esposos (porque Cristo no está aun
suficientemente formado en ellos), suelen ocasionar muchas situaciones tensas
al interior del hogar, que debilitan la fe y entorpecen la oración.
Una vez más hemos de echar mano a la vida eterna
que llevamos dentro (1 Timoteo 6:12), para que podamos hacer la voluntad del
Señor. Uno de los gozos más grandes de un creyente son las oraciones
contestadas, porque tenemos un testimonio objetivo de que Dios nos está
atendiendo, y entonces la paz que sentimos no tiene parangón.
En cambio, cuando las oraciones están siendo
estorbadas y no hay respuesta a ellas, parece que nos vamos secando por dentro,
y en vez de ir avanzando, sólo tendremos un sentimiento de continuo fracaso. Es
como si la vida misma fuera perdiendo para nosotros su razón de ser.
El Espíritu Santo atribuye aquí el estorbo a la
falta de consideración del esposo hacia la esposa. Si bien esto puede ser
recíproco, lo cierto es que recae sobre el varón –como representante de Cristo
en el matrimonio, como cabeza de su hogar– el velar porque en su casa se viva
sabiamente. Si esta condición no se cumple, a poco andar se notará la falta de
respaldo del Señor en la vida cristiana. A causa de la inconsecuencia en la
intimidad, se sufrirá una gran pérdida: las oraciones no encuentran respuesta,
y la vida cristiana comienza a resentirse.
Pensemos por un momento que al enemigo de
nuestras almas le conviene mucho que abunde el caos en el interior de la
familia. Para él es una efectiva táctica de debilitamiento progresivo de los
creyentes que termina anulándolos por completo. Él sabe muy bien que si los
esposos aprovecharan bien su tiempo y comunión para orar a su Señor
continuamente, sus malignos intereses se verían seriamente dañados.
Una promesa también para el matrimonio
Una de las enseñanzas más claras de nuestro Señor
tocante a la oración es la de Mateo 18:19-20, donde se nos dice que “si dos de vosotros se pusieren de acuerdo
en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre
que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi Nombre,
allí estoy Yo en medio de ellos”. La promesa es tremenda; sus alcances
son ilimitados. Siempre hemos aplicado esta palabra a la iglesia en general, a
la necesidad de estar unánimes a la hora de pedir por un avance en la obra del
Señor, pero ¿cuánto más se podrá aplicar esta preciosa palabra al matrimonio
creyente, en que dos siervos de Dios están allí compartiéndolo todo, con todos
los intereses en común, viendo siempre las mismas necesidades en la familia, en
la obra del Señor, y en el mundo que los rodea?
No podemos esperar la próxima reunión de oración
de la iglesia para llevar nuestras peticiones ante el trono de la gracia; no
tenemos que esperar a salir por la ciudad en busca de otro hermano de confianza
para poder orar, si a nuestro lado tenemos una hermana en Cristo, una consierva.
Ella también es coheredera de la misma gracia. Si esto hacemos,
experimentaremos el gozo de enfrentar la vida y sus innumerables conflictos
junto a la compañera de nuestra vida.
Valoramos mucho las reuniones de oración de la
iglesia, ciertamente allí se vive un ambiente casi celestial, con gran
despliegue de poder y autoridad para atar al enemigo y desatar la voluntad de
Dios en la tierra; también valoramos mucho la oración íntima, individual, a
puertas cerradas en el secreto del Padre, indispensable para cualquiera que
desea servir al Señor. Pero hay una persona con quien estamos siempre juntos.
La reunión de la iglesia pudo haber estado muy
gloriosa, pero luego cada cual vuelve a su casa ... ¡Bienaventurados los
matrimonios creyentes, que andan delante del Señor! En ellos la comunión
espiritual durará siempre, y la posibilidad de orar juntos, en toda ocasión
posible, puede constituirse en un torrente de grandes bendiciones.
Juntos podemos cobrar también la promesa de
Deuteronomio 32:30, donde se dice que uno persiguió a mil y dos persiguieron a
diez mil. Dios siempre bendice más a dos que a uno. “No es bueno que el hombre esté solo”, dijo al principio de la
creación.
Hoy, en la nueva creación, orar dos juntos es
orar respetando el principio del cuerpo. Así derribamos, por un lado, el
individualismo; y por otro, multiplicamos las posibilidades de nuestra oración.
Quiten este estorbo
Amados hijos de Dios: el no poder orar con la
esposa, o con el esposo, es una inmensa pérdida. Satanás ha desplegado todo su
arsenal de maquinaciones mentirosas para anular esta oración, que, de
realizarse, será una inmensa pérdida para sus nefastos planes. Lo más probable
es que ahora mismo, mientras usted lee este artículo, esté susurrando a su
corazón que esto no es posible, que al menos en su realidad matrimonial
resultará imposible, que muchos siervos cargaron esta cruz y que usted no será
la excepción, y así se multiplicarán las justificaciones para tan lamentable
fracaso.
Sin embargo, amados, esto no está lejos de nosotros,
porque hemos creído en un Dios que todo lo puede. El cielo está a nuestro
favor, ¿por qué rendirse como si Dios no estuviera dispuesto a socorrernos en
este punto? Si tenemos fe para creer que el Señor es poderoso para hacer cuanto
le pidamos conforme a su voluntad, ¿vamos a desconfiar en esto?
Nosotros que tenemos el Espíritu Santo morando en
nuestros corazones, soñemos con esto, con una oración poderosa, sin estorbo,
constante, que se levante como un muro firme contra las asechanzas del diablo.
Recibamos esta palabra como si Dios mismo nos hablara: ¡Quiten este estorbo y Yo los bendeciré!
¡Amados hermanos, es posible que los esposos oren
juntos! Dios nos llama a ejercer juntos nuestro sacerdocio: oremos al
despertar, anticipándonos a los impredecibles conflictos del día; oremos antes
de dormirnos, descargando a los pies de nuestro Señor todo el peso de un día y
alabándole con gratitud por sus bendiciones; oremos juntos en cuanta ocasión
sea posible; desatemos continuamente bendiciones para nuestros hijos, para la
iglesia entera, para el avance de su obra, y –finalmente– para que Su reino
venga.
Que el Señor nos conceda toda su gracia para
vivir sabiamente con nuestra esposa dándole el honor que le corresponde como
vaso más frágil y como coheredera de la gracia, para que nuestras oraciones
sean sin estorbo alguno, y vayamos adelante a la perfección, creciendo en la
obra del Señor siempre.
Que el enemigo tenga en este punto una gran
pérdida, y que a nosotros se nos conceda la mayor de las victorias ¡Que así
sea!
Fuente: http://www.aguasvivas.cl/revistas/10/13.htm
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