Todo marido cristiano requiere hacer el esfuerzo de
comprender lo que es ser mujer, para así amar a su esposa como es debido.
Amando con sabiduría
Marcelo Díaz P.
En esta oportunidad quisiera escribir a mis amados
hermanos maridos. El camino que hemos tomado, de servir al Señor a través del
matrimonio, presenta a veces ciertas dificultades. Pablo lo advierte cuando
declara: “Los tales tendrán aflicción
de la carne y yo os la quisiera evitar” (1Co.7:28). También dice: “Pero el casado tiene cuidado de las cosas
del mundo, de cómo agradar a su mujer” (1Co.7:33). Bien sabía Pablo que
muchas de las cosas que se viven en el matrimonio no tiene mucho que ver
con la espiritualidad de los creyentes. A decir verdad, mucho de lo que
se vive en el matrimonio más bien tiene que ver con nuestras
imperfecciones, con nuestra humanidad. Para ser justos, la vida matrimonial
está llena de gratos y preciosos momentos cerca de Dios; pero también está
rodeada de mucha de nuestra carnalidad. Es allí donde se manifiesta lo que en
verdad somos.
Como decía un hermano: “Cuando yo era soltero era
perfecto y espiritual, mas cuando me casé me di cuenta de que era imperfecto y
carnal.” De modo que el matrimonio se constituye en el mejor instrumento de
Dios para mostrarme lo débil que soy y lo mucho que tengo que crecer.
El reflejo de lo que tú eres
Cultivar la relación matrimonial es de suma
importancia, ¿Quién mejor que tu esposa puede decir quién eres realmente? La
esposa es el reflejo de lo que tú eres en realidad, pues la mujer es gloria del
varón (1Co.11:7). Con respecto a esto, una cualidad interesante de los
manuscritos originales es que en el griego clásico la palabra gloria (doxa)
significa “opinión”. Pero, en el griego “koiné” (1) del Nuevo
Testamento significa “gloria”. De manera que, si fuese griego clásico,
tendríamos que traducir “la mujer es la opinión del varón”. ¿Quieres conocer al
varón? Mira a su mujer.
Así pues, un hermano puede sacar mucho provecho de
la relación matrimonial, para, con la ayuda de su esposa, caminar hacia la
madurez y, abastecido de la gracia, desarrollar y manifestar lo de Cristo. Sin
embargo, otros pueden errar, y sumirse en la desesperación y el fracaso, mientras
encuentran en su mujer crítica y oposición. De aquí surgen algunos malos
comportamientos y excesos carnales en contra de sus esposas, y, por ende, en
contra de sí mismos, puesto que “el
que ama a su mujer a sí mismo se ama” (Ef.5:28).
El enseñoramiento con que algunos hermanos tratan a
sus mujeres es una conducta fuera de la gracia, que sólo recuerda la tragedia
del pecado (Gn.3:16). Me he dado cuenta que, en muchos casos, el autoritarismo
funciona como un mecanismo defensivo frente a las amenazas; vale decir que, la
autoridad impositiva que muestran algunos hermanos respecto de sus esposas (que
llega en algunos casos a anularlas), tiene en gran parte que ver con la poca
capacidad para reconocer sus propios defectos, porque la esposa pasa a
ser el espejo del marido. Por tanto, “empañarlo” se convierte en la mejor
manera de defenderse y no ver las imperfecciones. Para esto, nada mejor que
tomar como apoyo algunos versículos que sustenten tal posición y le den un
barniz espiritual. Hermanos, esto no es Reino de Dios y es verdaderamente
carnal.
Amor y delicadeza
Quisiera recordar, muy somera-mente, algunos
pasajes de las escrituras para refrescar nuestra memoria. “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como
Cristo amo a su iglesia, y se entrego a sí mismo por ella ...”
(Ef.5:25).
Todos sabemos cómo amó y ama Cristo a su iglesia.
No podemos hacer vista gorda a la evidencia de su amor ¡Qué ternura, qué
compasión, qué trato más dulce, qué tolerancia, qué paciencia! ¡Cómo la sirve,
cómo la atiende, cómo la cuida, cómo la sustenta! ¡Qué preocupación más grande
la de Cristo por su iglesia! Si profundizásemos en el corazón del Hijo, sin
lugar a dudas encontraríamos allí lugar especial y preferente por su amada. Así
se nos llama a amar a nuestras mujeres. Es imposible explicar estos pasajes de
otra forma. Esto no es romanticismo, esto es amor. De manera que los malos
tratos, desatenciones y malas actitudes, no son los comportamientos que el
Señor espera de nosotros. Noten cómo lo dice Pablo en Colosenses 3:19: “Maridos amad a vuestras mujeres y no seáis
ásperos con ellas.”
¿No se refiere a la actitud, a la delicadeza con la
cual hay que tratar a las hermanas? Sin embargo, ¿qué hacen muchos? Ofenden,
ridiculizan en público, hacen callar a sus esposas como si fuese una hija mal
criada. Hermanos, esto está muy mal. Así no amó Cristo a su iglesia. Es cierto
que algunos tienen esposas difíciles de carácter, pero nada justifica el mal
trato y el desamor.
Conociendo la naturaleza femenina
Ahora quiero recordarles lo que dice Pedro.
(1Ped.3:7): “Maridos, igualmente,
vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso mas frágil, y
como a coherederas de la gracia de la vida...”
La palabra nos llama a la sabiduría y para esto
necesitamos conocer la naturaleza femenina. Todo marido requiere hacer el
esfuerzo de comprender lo que es ser mujer. En esa búsqueda comprenderá la
sensibilidad de lo femenino y sólo así podrá relacionarse con su esposa
amorosamente. Por ejemplo, toda mujer pasa por un estado emocional más sensible
en cierto período del mes, que los varones deben saber sobrellevar, puesto que
son aspectos fisiológicos y hormonales los que la predisponen hacia esta
situación. Por lo tanto, el mayor esfuerzo debe ser hecho por parte del marido,
quien, como Cristo con su iglesia, ha de acogerla con amor. El mandamiento de
andar sabiamente, apela a nuestra voluntad para hacer las cosas, no a nuestra
mente o nuestros sentimientos. Su acento está en lo que quiero o no quiero
hacer.
Seguro es que Pedro conocía a su esposa, por lo
que, inspirado por el Espíritu Santo, nos ilustra con un símil: Lo femenino y
un vaso frágil. La mujer es delicada como un vaso fácil de quebrar, por lo
tanto, debe estar en un lugar de honor preferencial.
Luego, nos exhorta a considerarlas como a coherederas
de la gracia de la vida. Aquí el apóstol levanta a la mujer al sitial de donde
nunca debió caer. Sabemos de lugares y culturas donde la mujer es un objeto más
de la casa, pero mire lo que nos dice el Señor: ellas participan de la misma
herencia de la gracia de la vida, lo cual implica, en la práctica, el
considerarlas con las mismas prerrogativas nuestras y tenerlas presente en todo
momento.
Por último, Pedro cierra su pequeño discurso a los
maridos con un broche de oro, “Para
que vuestras oraciones no tengan estorbo” (Ped.3:7). ¿Quiere decir que
nuestro trato con nuestras esposas tienen un efecto espiritual en nuestra
comunión con Dios? Sí; pues el siguiente versículo indica: “Porque los ojos del Señor están sobre los
justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está
contra aquellos que hacen el mal” (1Ped.3:12).
Tiempo para recomenzar
En consecuencia, podemos decir que quien trata mal
a su esposa tiene problemas con Dios. Es decir, tiene de alguna manera un
problema espiritual, puesto que somos el reflejo de la relación de Cristo y su
Iglesia.
Esto les aconteció a los varones de Israel cuando
se presentaron al altar del Señor para dejar sus ofrendas. Dios no se las
recibió y les reprochó de la siguiente manera: “...Así que no miraré más a la ofrenda, para aceptarla con gusto de
vuestra mano. Mas diréis: ¿Por qué? Porque Jehová ha atestiguado contra ti y la
mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu
compañera, y la mujer de tu pacto.”
¿Se dan cuenta, hermanos, de lo importante que son
para Dios nuestras esposas, y de los alcances que puede llegar a tener una
buena relación de esposos? Manos a la obra, entonces, pues tenemos mucho tiempo
por delante. Nunca es tarde para recomenzar y reparar los errores.“El que halla esposa halla el bien y alcanza
la benevolencia de Jehová” (Pr.18:22). Amemos a nuestras mujeres y
andemos sabiamente con ellas, como fieles representantes de Cristo y su
iglesia. Amén.
Fuente:
http://www.aguasvivas.cl/revistas/21/18.htm
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