Matrimonio y Familia
Eliseo Apablaza F.
Vivimos en días muy contrarios a la institución
familiar. Los modelos y costumbres de matrimonio y familia son sólo caricaturas
de lo que el Señor diseñó en un principio.
¿A qué autoridad recurriremos para que nos enseñe
acerca de su verdadera naturaleza y función? He ahí la sabiduría y la ciencia
de los hombres. De ellas surgen muchos modelos de matrimonio y familia; pero en
ellos hay confusión, y no se tiene en cuenta a Dios.
En cambio, la Palabra de Dios nos muestra un
modelo invariable, trascendente, que no reconoce diferencias raciales ni
culturales, como tampoco modas pasajeras. Este modelo tiene como centro al
Señor Jesucristo. Porque todo fue creado en Él, por Él y para Él, y todo
-también el matrimonio y la familia- tiene en Él su explicación y su sentido.
Poniendo un firme fundamento
Las últimas palabras del profeta Malaquías, al
final del Antiguo Testamento, están referidas a la familia. Dice allí,
refiriéndose a Juan el Bautista, el cual habría de venir: "Él hará volver el corazón de los
padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que
yo venga y hiera la tierra con maldición" (4:6).
A juzgar por estas palabras, era de suma
importancia que el ministerio de Juan produjera frutos al interior de la
familia, y esto, antes de la venida del Señor Jesucristo. Tal como estaba
escrito, Juan vino y cumplió su ministerio, y muchos le creyeron y se
bautizaron en el bautismo de arrepentimiento.
Pero no sólo para aquel tiempo era válida la exhortación
de Malaquías. En nuestros días -hoy- el Señor está interesado en estas mismas
cosas, porque se acerca el día de su Segunda Venida. Tanto en la víspera de su
Primera, como en la víspera de la Segunda Venida, el Señor requiere que el
corazón de los padres se vuelva a los hijos, y que el de los hijos se vuelva
hacia sus padres. Tiene que producirse una sanidad al interior de la familia.
Vivimos en días muy contrarios a la institución
familiar, tal vez como nunca antes. Nunca antes una sociedad había hecho tanto
alarde de profesar ciertos principios y, al mismo tiempo, había buscado tantos
subterfugios para transgredirlos. Los modelos de matrimonio y de familia que
vemos hoy a través de la televisión y el cine son sólo una caricatura de lo que
el Señor diseñó en un principio, pero que, no obstante, han logrado influir
significativamente en esta sociedad.
¿A qué autoridad o fuente recurriremos para que
nos enseñe acerca de la naturaleza y función del matrimonio y de la familia?
Porque, ciertamente, podemos escoger entre la sabiduría humana y el consejo de
Dios por su Palabra.
He ahí la sabiduría humana, con sus variadas
ciencias. De ellas surge, no sólo un modelo, sino muchos modelos de hombre, de
matrimonio, y de familia, según la particular cultura de que se hable. Para
ellas, no hay un modelo acerca de cómo las cosas tienen que ser, sino muchos
modelos acerca de cómo las cosas suelen ser. Para ellas, existe tanta validez
en un modelo como en otro, porque - según afirman - todos surgen de realidades sociales
diferentes, las cuales son todas legítimas en sí mismas. De más está decir que
en esa multitud de modelos no se tiene en cuenta a Dios.
El consejo de Dios por su Palabra y por su Santo
Espíritu nos muestra, en cambio, un modelo invariable, trascendente, que no
reconoce diferencias raciales ni culturales, como tampoco modas pasajeras. Este
modelo tiene como centro al Señor Jesucristo. Porque la voluntad de Dios es
"reunir todas las cosas en Cristo ... así las que están en los cielos,
como las que están en la tierra" (Ef.1:10), porque todo fue creado en Él,
por Él y para Él (Col.1:16), y todo tiene en Él su explicación y su sentido.
De estas dos fuentes de conocimiento surgen,
pues, dos paradigmas que se oponen entre sí y que están en permanente pugna:
uno procede del mundo y el otro procede de Dios. Y el gran problema para los
hijos de Dios es que, no siendo del mundo, están en el mundo y, por tanto,
expuestos a todas sus influencias.
Tal vez sea el ámbito del matrimonio y la familia
el más atacado por la ciencia moderna, en su intento de desvirtuar el consejo
de Dios dado en su Palabra. Lo que Dios enseña es fácilmente tildado por ellos
de obsoleto y retrógrado. Pero los que conocemos a Dios, sabemos que su
sabiduría es segura y es válida en todo tiempo. Aun más, afirmamos que todo el
deterioro que vemos en el pueblo de Dios se debe a que ha rehusado el consejo
de Dios y de su Santo Espíritu. Lo que el Señor decía de Israel es válido
también hoy: "Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente
de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen
agua" (Jer.2:13).
Seamos humildes y reconozcamos que hemos pecado
toda vez que nos hemos alejado de la Fuente. Reconozcamos que nuestros
problemas matrimoniales y familiares nos han sobrevenido por ignorar
voluntariamente el consejo de Dios, y por atender, en cambio, a las enseñanzas
de la falsamente llamada ciencia. Por eso, la primera señal de restauración es
el retorno a la Fuente que es Dios y a la sencillez y autoridad de su Palabra.
Hemos de creer que toda la Escritura es inspirada por Dios y no sólo aquella
que trata de temas considerados comúnmente "espirituales", como la
salvación, el cielo o el plan eterno de Dios: también lo son asuntos tales como
el matrimonio, la familia y la sexualidad.
No nos dejaremos, pues, impresionar por la
falsamente llamada ciencia, porque no ofrece seguridad (1ª Tim.6:20-21).
Edificar sobre sus preceptos equivale a edificar sobre arena. Las ciencias nada
saben de lo que Dios diseñó en la eternidad para la expresión de la gloria de
su Hijo Jesucristo, en quien "están escondidos todos los tesoros de la
sabiduría y del conocimiento" (Col. 2:3). Construyamos nuestros hogares
sobre un terreno más seguro: sobre la Roca, que es Cristo.
I. EL MATRIMONIO
Una expresión de cosas eternas
Los cristianos gozamos de una posición celestial
gloriosa, que nos fue dada en Cristo antes de los tiempos de los siglos. Esta
posición celestial y eterna tiene una manifestación en las cosas terrenas y
temporales, en lo cotidiano. La gloria de Dios consiste en que esas cosas
celestiales se expresen de manera multiforme en los variados actos de nuestra
vida cotidiana. Así, por ejemplo, en Efesios capítulos 1, 2 y 3 se nos habla de
lo que nosotros somos en los lugares celestiales; en cambio, en los capítulos
4, 5 y 6 se nos habla de lo que somos en la tierra, aquí y ahora, en virtud de
lo que somos arriba.
El matrimonio y la familia son dos de las
principales áreas en las que se expresan aquí abajo las cosas eternas de Dios.
Por eso Dios les asigna un lugar tan principal, y por eso el enemigo de Dios,
que es enemigo nuestro y de toda justicia, los ataca tan fuertemente.
La metáfora de un misterio
Lo primero que hemos de ver respecto del asunto
que nos ocupa, es que el matrimonio es la metáfora de un misterio. "Por
eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos
serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de
Cristo y de la iglesia" (Ef.5:32). Este misterio - Cristo y la iglesia -
no se dio a conocer a los profetas del Antiguo Testamento, si bien su metáfora
- el matrimonio - ya se había establecido en Génesis 2:24: "Por tanto,
dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una
sola carne."
El matrimonio es una metáfora o una alegoría del
misterio de Cristo y la iglesia, y no la revelación plena del mismo, porque
muestra la unión de Cristo y la iglesia en forma velada, no abiertamente. El
día que veamos a Cristo unido para siempre con su iglesia, en los lugares
celestiales, celebrando las bodas del Cordero, ese día será una manifestación
completa. Entonces ya no veremos oscuramente, sino que veremos las cosas tal
como son. Hoy vemos el misterio revelado sólo a medias, a través de un delicado
velo que lo cubre, y descubierto para unos pocos. El matrimonio es, de este
modo, una metáfora que revela y, a la vez, esconde el misterio de la unión
eterna de Cristo y la iglesia.
Para conocer el verdadero significado del
matrimonio, hemos de conocer a Cristo y a la iglesia. El Señor aceptó cierta
distorsión en cuanto al matrimonio bajo el Antiguo Pacto, pero no la puede
aceptar bajo el Nuevo. Porque en el matrimonio, el marido representa a Cristo,
y la esposa a la iglesia, lo cual no se conocía bajo el Antiguo Pacto.
Cuando los fariseos se acercaron al Señor para
preguntarle acerca del matrimonio, ellos tenían en mente las enseñanzas de
Moisés dadas en Deuteronomio capítulo 24. Sin embargo, Él les llevó más atrás,
a Génesis capítulo 2. "Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió
repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así" (Mt.19:8).
"Al principio no fue así". Es el parámetro con que ha de medirse. Lo
que está en el principio muestra el modelo original de Dios, y que expresa el
deseo de su corazón. Lo posterior es el resultado de la incapacidad e
irresponsabilidad del hombre para sostener aquel modelo. De manera que hemos de
ver atentamente cómo fueron las cosas al principio, para así conocer el
misterio que encierra el matrimonio.
Cuando Dios creó a Adán tuvo en mente a su Hijo,
y cuando Dios creó a Eva, como compañera de Adán, tuvo en mente a la iglesia.
Lo primero es Cristo y la iglesia. No Adán y Eva. No el matrimonio de Adán y
Eva, sino Cristo y la iglesia. El matrimonio es una réplica en el tiempo de
aquella unión maravillosa y eterna de Cristo y la iglesia.
El misterio de Cristo y la iglesia - como todos
los que Dios ha revelado en su evangelio -, no es develado a todos los hombres,
sino sólo a los que son de la fe: "El respondiendo les dijo: Porque a
vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no
les es dado" (Mat.13:11); "Porque no quiero, hermanos, que ignoréis
este misterio ..." (Rom.11:25); "Así pues, téngannos los hombres por
servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios" (1ª
Cor.4:1); "He aquí os digo un misterio ... (1ª Cor.15:51); "Que
guarden el misterio de la fe con limpia conciencia" (1ª Tim.3:9); "E
indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad" (1ª Tim.3:16). Estos
misterios no son entendidos por carne y sangre, sino que son entendidos
espiritualmente, por revelación del Espíritu Santo.
Doctrina no es revelación
Sin embargo, ocurre que el matrimonio, tal como
lo enseñó Cristo, ha sido adoptado (al menos formalmente) por la llamada
"sociedad occidental cristiana", incorporando, incluso, las palabras
inspiradas del Señor en el ritual con que se celebra. Pero hemos de ver
nosotros que el Señor nunca pretendió que sus enseñanzas abarcaran a toda una
sociedad como tampoco crear una sociedad cristiana. Siempre vemos en sus
palabras, y en las de los apóstoles, que los cristianos forman un residuo, un
remanente en un ambiente que no es el suyo, porque "el mundo entero está
bajo el maligno" (1ª Juan 5:19). En su oración de Juan 17, el Señor hace
una clara diferencia entre los suyos (que están en el mundo) y los demás (que
son del mundo). El matrimonio como institución y como doctrina puede ser
conocido por todos los hombres, pero el matrimonio como metáfora y réplica de
un misterio espiritual sólo pueden conocerlo los hijos de Dios.
Pondremos un ejemplo. Sabemos que los primeros
cuatro siglos del cristianismo el mundo occidental estuvo bajo el dominio del
Imperio Romano. Pues bien, mientras eso fue así, las formas de vida de toda
Europa estuvieron marcadas por las formas de vida de los romanos. Y como esto
era así, podía notarse claramente la diferencia entre un matrimonio romano y
uno cristiano, porque ellos tenían una fuerte tradición, que centraba el
matrimonio y la familia en el 'pater familias', el cual tenía poderes casi
absolutos sobre los miembros de su familia, pues eran su posesión. Los
rituales, la legislación y las costumbres - todo lo relacionado con la familia
- no eran, por tanto, producto de una enseñanza inspirada. Pero tal cosa
permitía separar, al menos, lo que era terreno de aquello que procedía del
cielo.
Pero luego, cuando Constantino hizo del
cristianismo la religión oficial del Imperio, el misterio de Cristo y los demás
misterios del evangelio, se hicieron comunes para toda la sociedad, no por una
revelación de ese misterio, sino por la legalización de la doctrina asociada a
ese misterio. Así se impusieron en la sociedad romana, por decreto, formas de
vida que son espirituales, y que modificaban su propia concepción. De ahí
pasaron luego al resto de la sociedad ya "cristianizada", en las
diversas épocas y lugares, hasta nuestros días. Así fue cómo las verdades
espirituales se hicieron vanas en las mentes de los hombres, convirtiéndose en
mera información doctrinal. Por eso el matrimonio cristiano, cuando es sólo una
doctrina en la mente y no una realidad espiritual, resulta ser, además, una
camisa de fuerza para una naturaleza humana incapaz de sobrellevarlo.
Los discípulos entendieron muy bien las
dificultades que traería el modelo de matrimonio que el Señor estaba
anunciando, cuando dijeron al Señor: "Si así es la condición del hombre
con su mujer, no conviene casarse" (Mt.19:10). El Señor acababa de
establecer la prohibición del repudio, lo cual resultaría muy difícil de
cumplir para un judío que hacía uso y abuso de ese recurso, y que servía de
escape a una relación fracasada, como también a su propia concupiscencia.
Es eso lo que ocurre con el matrimonio cristiano
cuando es impuesto a incrédulos que cargan con una naturaleza caída, y que
tienen los ojos cerrados para ver el misterio que encierra.
La figura de Adán y Eva
Así pues, la comprensión real de lo que es el
matrimonio para Dios requiere de una revelación previa, revelación que tiene
que ver con Cristo y la iglesia.
Si tenemos esta revelación, entonces valoraremos
el matrimonio y lo defenderemos. No lo menospreciaremos ni seremos
irresponsables en su cuidado.
Efesios 5:31 dice: "Por esto dejará el
hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola
carne." Y el 5:32 dice: "Grande es este misterio; mas yo digo esto
respecto de Cristo y de la iglesia." Si podemos ver que el hombre del 5:31
es Cristo del 5:32; y que la mujer de Efesios 5:31 es la iglesia del 5:32, entonces
nos daremos cuenta de que el matrimonio -cada uno en particular- es una
expresión terrena y cotidiana de la relación de Cristo y la iglesia.
Esta relación está prefigurada claramente con la
primera pareja antes de su caída. En el pasaje de Génesis 2:15-25 tenemos a
Adán en su soledad, primero, y luego, en su perfecta complementación con Eva,
la cual fue tomada de su mismo cuerpo. Primero está Adán solo, señoreando sobre
toda la creación, pero incompleto. Magnífico en su perfección, en su poder y en
su perfecta individualidad, pero incompleto. Estaba solo, sin que se hubiese
encontrado ayuda idónea para él. Pero Dios, que ya tenía en su corazón a Cristo
y la iglesia, creó a Eva, que vino a ser el complemento y la perfección suma de
Adán. Ahora Adán estaba completo.
Eva fue tomada de Adán para prefigurar que la
iglesia es tomada de Cristo. Eva es una prolongación de Adán, y prefigura que
la iglesia lo es también de Cristo. Como Eva fue tomada de Adán, ambos llegaron
a ser una sola carne (v. 2:24), y así tiene cumplimiento lo que Dios diseñó en
el principio para el matrimonio (y que se confirma en las palabras del Señor en
Mateo 19:5-6).
¿Podemos ver que la iglesia es Cristo en otra
forma? ¿Podemos ver que la iglesia es santa y sin mancha, porque fue tomada de
Cristo? ¿Podemos ver que nuestra esposa -que es figura de aquélla- fue tomada
de nuestro propio cuerpo, y que es una prolongación de nosotros mismos?
¿Podemos ver que es por eso que somos "una sola carne"? Un hermano ha
dicho muy bien: "El varón no está completo en sí mismo. La mujer es su
complemento para que supla las deficiencias de él. Ella es fuerte donde él es
débil, y débil donde él es fuerte, y juntos forman un todo completo, una
carne."
Por eso el repudio - amparado bajo la ley mosaica
- no podía expresar a Cristo y a la iglesia, porque Cristo es fiel a su única
iglesia, como Adán lo fue a Eva. Y por eso la poligamia y el adulterio no
tienen cabida en el matrimonio cristiano, por mucho que se le busquen
resquicios para justificarlos. A nosotros debe interesarnos lo que se diseñó en
el principio, no la distorsión posterior. No podemos intentar doblarle la mano
al Señor, obligándole a que, por la dureza de nuestro corazón, Él rebaje entre
nosotros sus demandas para el matrimonio. Si Él lo hizo antes fue por causa de
la caída del hombre, y por la impotencia de quienes estaban bajo la ley. Pero
con nosotros el problema de la caída y de la impotencia para agradar a Dios son
asuntos ya solucionados. La salvación de Dios nos levantó de la caída, y la omnipotencia
de su gracia nos ha dado fuerzas para agradarle.
Otras figuras de Cristo y la iglesia
Sin embargo, la figura de Adán y Eva no es la
única que prefigura la relación de Cristo y la iglesia. Hay otras en las
Escrituras.
Isaac, tipo de Cristo, recibe a Rebeca, que viene
desde lejos, ricamente ataviada, cargada de dones que su padre le había enviado
por mano de su siervo (que es tipo, a su vez, del Espíritu Santo). Isaac
recibe, sin objeción, la esposa que su padre ha dispuesto para él, y la ama. En
tanto Rebeca, modelo de belleza, castidad y sumisión, accede a dejar de
inmediato la casa de su padre para unirse a su señor, al que ya ama, aun sin
haberle visto (Gén.24; 1ª Ped.1:8). Isaac es Cristo tomando esposa de su mismo
linaje.
José, favorito de su padre, vendido por sus
hermanos, dado por muerto, exaltado hasta el trono, creído por el testimonio
que daban sus carros y regalos, etc., es también tipo de Cristo. José se casó
con Asenat, una mujer gentil, hija de Potifera, sacerdote egipcio. José es Cristo
tomando su esposa -en el desprecio de sus hermanos- del mundo (Gén.41:45).
Booz, un hebreo de carácter intachable, es tipo
de Cristo, que nos habla de la redención. Él se casó con Rut luego de redimirla
(el verbo "redimir" se usa, al menos 12 veces en relación con Rut).
Ella abjura de sus antiguos dioses moabitas y se tiende a los pies de él en
espera de su misericordia. Booz es Cristo redimiendo a la iglesia cuando estaba
en la mayor orfandad (Rut 3 y 4).
Otoniel, sobrino de Caleb, es un tipo de Cristo,
que recibe a Acsa por mujer luego de haber triunfado sobre sus enemigos. Acsa
pide a su padre un don y recibe "las fuentes de arriba y las de
abajo". Así la iglesia recibe una doble herencia, en los cielos, y en la
tierra, donde reinará con su Señor (Jos.15:16-19).
La solución de los problemas matrimoniales
En este tiempo, la figura que habla mejor de la
relación de Cristo y la iglesia -como se ha dicho- es el marido y la mujer, en
el matrimonio de los creyentes.
Por eso es tan importante que podamos ver estas
cosas. Porque si en verdad hemos visto a Cristo y a la iglesia, y luego, si
nuestros ojos han sido abiertos a la luz de esta revelación, para que veamos
qué es de verdad nuestra esposa para nosotros; y si las hermanas pueden ver qué
es de verdad su esposo para ellas, habremos encontrado el camino para
solucionar definitivamente los problemas del matrimonio.
Si los maridos podemos ver que nuestra mujer es
de verdad la que Dios había escogido para cada uno de nosotros, entonces
comenzaremos a ver el acierto y aun la bondad de la elección de Dios. Si no lo
vemos así, nada habrá en el mundo que pueda establecer a nuestra esposa en el
lugar que le corresponde en nuestro corazón.
Si podemos ver, además, que Dios quiso que aquí,
en la intimidad del matrimonio, ellas representaran a la iglesia, y nosotros
como maridos a Cristo, ¿qué diremos? ¿menospreciaremos tal honra? ¿Desecharemos
tal llamamiento y bienaventuranza? De ningún modo.
Pero, si como cristianos pensamos que la iglesia
es tan sólo una organización humana con virtudes y defectos, como cualquiera
organización social, entonces nunca sabremos el verdadero valor que tiene la
iglesia para Cristo y que nuestra esposa debiera tener para nosotros. ¿Cuántos
cristianos hay que miden a sus esposas a la luz de sus defectos, y no a la luz
de su posición y llamamiento divinos?
Al hablar de iglesia y de matrimonio estamos
hablando de cosas divinas, eternas, altísimas, inalcanzables aun para la mejor
de las mentes humanas. Siendo así, ¿cómo podrá tener cabida en el matrimonio el
adulterio, el repudio, el menosprecio, la lucha por el control y otra infinidad
de cosas en uso en nuestra sociedad? ¿Podremos concebir estas cosas burdas y
prosaicas en la relación de Cristo y la iglesia?
Nosotros tenemos que ver la importancia del
matrimonio según Dios. Porque es cosa sumamente grave un matrimonio
descalabrado, una familia arruinada; y esto, no sólo por razones humanas, sino,
sobre todo, por las implicaciones espirituales que tiene.
El modelo es Cristo y la iglesia
Un hijo de Dios que no sabe tratar a su esposa
está representando mal a Cristo al interior de su familia. Una mujer que no se
sujeta a su esposo está representando mal la iglesia al interior de su familia.
Es por eso que un problema de este tipo puede descalificar a un hijo de Dios en
cuanto a su testimonio y su servicio al Señor.
El modelo del marido es Cristo, y el de la mujer
es la iglesia. El marido ha de ver cómo Cristo amó a la iglesia y se entregó a
sí mismo por ella, cómo hoy la sustenta y la cuida. La mujer ha de ver cómo la
iglesia se debe a su Señor, cómo le obedece y le honra. Esto será el mejor
ejemplo, la más alta lección de vida práctica para uno y otro. Si esto lo
tenemos claro en nuestro corazón, no necesitaremos que se nos enseñe qué hacer
en tal o cuál caso - cuando hay desavenencias, porque al ver al Señor y al ver
la iglesia, tendremos la enseñanza en nosotros mismos. No necesitaremos de
leyes externas, porque la visión espiritual la tenemos dentro.
Cristo y la iglesia local
Ahora bien, ¿de qué iglesia estamos hablando? ¿De
la iglesia universal, que reúne a todos los creyentes de todas las épocas y
lugares? Imposible, porque tal iglesia es invisible para nosotros. ¿O acaso de
la iglesia conformada por la multitud de creyentes que viven hoy en el mundo
entero? Imposible, porque tal iglesia no existe a la luz de las Escrituras.
Tiene que tratarse, entonces, de la iglesia en su
expresión local, la iglesia que es su cuerpo: "Porque somos miembros de su
cuerpo, de su carne y de sus huesos" (Ef. 5:30). Es la iglesia de la que
se habla en 1ª Corintios 12, con sus diversos miembros que funcionan
coordinadamente, sujetos a la Cabeza, los cuales miembros podemos ver y tocar.
La iglesia así manifestada, visible a nuestros
ojos en la unidad de los santos con quienes nos reunimos y compartimos la vida
de Cristo, es la iglesia que está llamada a ser un modelo para las esposas. Es
la iglesia local, en su caminar sujeto a Cristo y en su obediencia cada vez más
perfecta.
Si la iglesia local se sujeta a Cristo, permitirá
a las esposas tener un modelo que imitar. Y si las esposas se sujetan, a su
vez, a sus esposos, la iglesia ganará en obediencia. De modo que la obediencia
y la sujeción de una y otra va generando una iglesia cada vez más gloriosa, que
es el principio de la restauración de todas las cosas.
En el mundo hoy, con toda la distorsión que
presenta la cristiandad, la mujer no tiene modelo visible que imitar. En
cambio, entre nosotros, al ver las hermanas cómo la iglesia local se sujeta a
Cristo, ellas sí tienen modelo. De la misma manera, si un hombre conoce este
misterio -Cristo-, tiene un modelo que imitar como esposo. Si no, no lo tiene.
Así que, la esposa cristiana ha de tener presente
permanentemente que ella, en el matrimonio, representa a la iglesia, no en su
distorsión, sino en su perfección, que es la obediencia. ¿Cómo podría ella no
estar sujeta, si la iglesia lo está a Cristo? (Ef.5:24); ¿Cómo no habría de
exhibir ella el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es
de grande estima delante de Dios? (1ª Ped.3:4); ¿Cómo no habría de ser su
conducta casta y respetuosa? (1ª Ped.3:2); ¿Cómo no habría de ser reverente en
su porte y cuidadosa de su casa para que la palabra de Dios no sea blasfemada?
(Tit.2:5); ¿Cómo no habría de ser su atavío de ropa decorosa, con pudor y
modestia, y sobre todo, de buenas obras, como corresponde a una mujer que
profesa piedad? (1ª Tim.2:9-10). Así que, la restauración y la obediencia
perfecta de la iglesia será el mejor modelo para las esposas.
Un yugo pesado para la carne
Para quienes no conocen a Cristo ni a la iglesia,
el matrimonio es sólo un contrato establecido en el Código Civil, que puede ser
más o menos solemne, con o sin separación de bienes, pero nada más. Contrato
que, al igual que otros muchos que se realizan en la vida, puede ser cumplido o
infringido, y hasta anulado. Por eso, no nos puede extrañar que en nuestra
sociedad el matrimonio tenga estándares tan bajos, que haya aparentemente
excelentes maridos, amantes de sus esposas e hijos, respetables socialmente,
que justifiquen las relaciones extramaritales. Para ellos tales relaciones son
sólo pasatiempos, que no deslucen el amor y el cuidado que ellos manifiestan a
sus esposas. Ellos no saben lo que de verdad es el matrimonio según Cristo. Por
eso no nos puede extrañar tampoco que muchas mujeres falten a su deber conyugal
y sean infieles, por causa de esta misma ignorancia.
No obstante, el matrimonio, aun para los hijos de
Dios, requiere de un permanente socorro de lo alto, porque es un yugo pesado
para la carne, e implica una renunciación de sí mismo en bien del otro. El
matrimonio cristiano es un verdadero entrenamiento para el reino.
El orden de Dios para el matrimonio
Como en todas las demás cosas, en el matrimonio,
Cristo ha de ser el centro. En el mundo, el orden matrimonial asume diversas
formas. Existe la forma del patriarcado, en que el marido, como padre de
familia, es un señor que domina y gobierna sin contrapeso, donde la esposa y
los hijos le temen y son como sus siervos. También existe el matriarcado, en
que la mujer es la que maneja las cosas de la casa, a los hijos y aun a su
marido, sea de manera explícita o simulada. Una forma más grotesca aún suele
darse en el mundo y es lo que se podría llamar filiarcado (en latín, "filius"
significa "hijo"), en que los hijos gobiernan a sus padres, los
manejan a su antojo, constituyéndose a sí mismos en el centro del hogar y
haciendo de sus padres meros servidores que atienden sus caprichos.
Obviamente, ninguna de estas cosas es conforme al
modelo de Dios. Aparentemente, la forma del patriarcado es lo que más se le
parece, pero el modelo de Dios para el matrimonio no es el del patriarcado.
Cuando Cristo reina y ocupa el centro en una familia, ninguno sobresale por sí
y en sí mismo. No hay gritos ni lucha por el poder. Todos atienden a la
dirección del Único que tiene la autoridad, y todos se rinden a Él, en la
posición y el ámbito de responsabilidades que Él ha asignado a cada uno. Cuando
Cristo tiene el centro, el matrimonio y la familia funcionan bien, sin
chillidos ni estallidos de violencia, espontánea y silenciosamente, según el
perfecto orden de Dios.
¿Cuál es este orden? Dice la Escritura:
"Porque quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el
varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo" (1ª Cor.11:3).
Aquí está el orden de Dios, no sólo en el matrimonio, sino también en el
universo: Dios, Cristo, el hombre, la mujer. Cristo es la gloria de Dios, el
hombre es la gloria de Cristo, y la mujer es la gloria del hombre. El hombre
fue creado para que expresara la gloria de Cristo y la mujer fue creada como
expresión de la gloria del hombre.
La posición de autoridad que el hombre ocupa se
señala externamente en que lleva su cabeza descubierta; en cambio, la posición
de sujeción que la mujer ocupa se señala externamente con el velo. Cuando la
mujer no ora ni profetiza su cabello le sirve de velo; pero cuando la mujer ora
o profetiza ha de ponerse el velo, como señal de autoridad sobre su cabeza.
De manera que por causa de que hay implicados
hechos espirituales trascendentes, tanto el hombre como la mujer han de cuidar
respetar este orden. No es un asunto de caracteres: es el orden de Dios.
A veces los maridos renuncian a tomar su lugar,
por comodidad o por una supuesta incompetencia, como si esto fuese un asunto de
caracteres o de capacidades naturales. Pero aquí vemos que esto es un asunto
establecido por Dios, y anterior a nosotros, en lo cual está implicado el orden
universal, y al cual nosotros somos invitados a participar.
Las demandas en la relación matrimonial
Consecuentemente con todo lo anterior, hay
demandas para los miembros de la familia cristiana, que se pueden resumir en
una sola expresión: la demanda para el esposo, es amar a la esposa; para la
esposa, es estar sujeta a su esposo; para los padres es disciplinar y amonestar
a sus hijos; para los hijos es obedecer a sus padres.
Siendo el varón la cabeza de la mujer, resulta
para el esposo una demanda muy fuerte que ame a su esposa, porque ello implica,
además, una restricción a su rudeza natural. Por eso dice la Escritura:
"No seáis ásperos con ellas" (Col.3:19), y "Dando honor a la
mujer como a vaso más frágil" (1ª Ped.3:7). El ser cabeza pone al hombre
en una posición de autoridad, pero el mandamiento de amar a su mujer le
restringe hasta la delicadeza.
Hay al menos dos razones por las cuales el esposo
debe ser ejemplo amoroso de quebrantamiento y humildad. Primero, por su
carácter naturalmente áspero, y, segundo, por la autoridad que detenta. Junto
con ponerle en autoridad, el mandamiento le limita en el uso de esa autoridad.
De modo que si su autoridad es cuestionada, no
debe procurar recuperarla por sí mismo, sino remitirse a Aquél a quien
pertenece. Si Dios ha permitido que su autoridad sea resistida, entonces debe
de haber alguna causa (que bien pudiera ser alguna secreta rebelión frente a
Cristo), y que es preciso aclarar a la luz del Señor.
Por su parte, siendo la mujer de un carácter más
vivaz, el estar sujeta es una restricción a su natural forma de ser, por lo
cual dice la Escritura: "La mujer respete a su marido" (Ef.5:33b), y
"La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción" (1ª Tim.2:11). No
obstante, ella recibe el amor de su esposo, que la regala y la abriga.
Esto es así para que no haya desavenencia en el
matrimonio. Ambos son restringidos y a la vez son honrados por el otro. Cada
uno según su natural forma de ser. Porque Dios sabe mejor que nosotros mismos
cómo somos, y por eso diseñó así el matrimonio. El marido representa la
autoridad, pero, siendo de un carácter áspero, debe amar con dulzura; la mujer
es amada y regalada, pero, siendo de naturaleza más inquieta, debe sujetarse.
Así todos perdemos algo, pero gana el matrimonio y la familia, y por sobre,
todo, gana el Señor.
Si el esposo ama, facilita la sujeción de la
esposa. Si la esposa se sujeta, facilita el que su esposo la ame. Con todo, si
ambas conductas (el amar y el sujetarse), siendo tan deseables, no se producen,
ello no exime ni al esposo ni a la esposa de obedecer su propio mandamiento.
¡No hay cosa más noble para un marido cristiano
amar a su mujer como Cristo amó a la iglesia! No hay cosa más noble, conforme
van pasando los años, encontrarla más bella, sentir que su corazón está más
unido a ella, y que ha aprendido a amarla aun en sus debilidades y defectos.
Porque ya no anda como un hombre, sino que camina en la tierra como un siervo
de Dios.
¡Qué dignidad más alta para una mujer la de
sujetarse a su marido, no por lo que él es, sino por lo que él representa!
¡Cuánto agrada a Dios un hombre y una mujer así! Todos los reclamos, todas las
quejas desaparecerían. Si el marido se preocupara más de amar no tendría ojos
para ver tantos defectos e imperfecciones. Si la mujer se viera a sí misma como
la iglesia delante de Cristo, si se inclinara, si fuera sumisa y dócil, cuánta
paz tendría en su corazón. Cuánta bondad de Dios podría comprobar en su vida.
El esposo y el sustento; la esposa y su casa
La expresión bíblica y más clara del amor del
esposo (un amor que llega hasta el sacrificio) es el sustento de la esposa y la
familia. "La sustenta y la cuida" - dice Ef.5:29. El sustento tiene
que ver con el proveer para sus necesidades. En tanto el "cuidar"
-que puede traducirse también como "halagar" y "abrigar"-,
tiene que ver con las atenciones amorosas del esposo hacia la esposa para que
ella se sienta bien.
Sin embargo, vemos con demasiada frecuencia en
nuestros días cómo esta responsabilidad es delegada más y más en la esposa.
Esto trae una pérdida en la autoridad del marido, en la ejemplaridad de Cristo
sobre la iglesia (porque Cristo sustenta y cuida a la iglesia), y, además,
acarrea una pérdida para los hijos, que se ven privados de los cuidados de sus
madres, insustituibles en los primeros años de vida.
Hay situaciones especiales en que el trabajo de
la esposa fuera de la casa se hace imprescindible, porque responde a una
imperiosa necesidad, sobre todo por la carencia o enfermedad prolongada del
esposo. Pero tal situación debiera, en lo posible, no prolongarse demasiado
para no lesionar el cuidado de la casa y de los hijos.
También está el caso de las mujeres
profesionales, que aspiran a tener una realización en el ámbito laboral; sin
embargo, ello sólo puede concederse siempre que no impida a la mujer cumplir
con el expreso mandamiento de atender sus hijos y su casa con el mayor esmero.
En estos casos, el trabajo con horario libre, o bien de media jornada pudiera
ser una solución. Cuanto más tiempo esté la mujer fuera de casa, tanto más
pérdida habrá en cuanto a su obediencia al Señor.
No es justificable, en cambio, cuando la
motivación que suele impulsar a la esposa a trabajar es la insatisfacción en
sus deberes propios de madre y esposa, o la codicia de las cosas materiales. Si
en los padres hay un apego enfermizo a las cosas de esta vida, entonces no sólo
será necesario que el marido trabaje, sino que también lo haga la esposa, y aun
los hijos, en edades tempranas, cuando es altamente inconveniente, por cuanto
se cultiva en ellos el amor al dinero, y se los somete a presiones en ambientes
altamente competitivos.
Si el esposo asume delante de Dios este
compromiso sagrado de sustentar a su familia, entonces no le faltará cómo
proveer para ellos lo necesario. El esposo debe poder ofrecer a su esposa la
seguridad de su hogar como la esfera de su acción y de su refugio, y no
exponerla a los peligros de una sociedad maligna y perversa.
Ciertamente, un hogar que pretenda vivir de
acuerdo a la Palabra de Dios, no tendrá todo aquello que el mundo considera
indispensable de acuerdo a los actuales estándares de vida, pero Dios
ciertamente será glorificado en la sencillez y modestia de un hogar que le teme
y le obedece. "Pero gran ganancia es la piedad acompañada de
contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos
sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto"
(1ª Tim.6:6-8).
La sujeción de la esposa no es sinónimo de
inactividad y achatamiento. Si bien el ámbito de las esposas es su casa
(Tit.2:4-5), eso no implica frustración o anulación de sus capacidades. La
mujer de Proverbios capítulo 31 es una esposa trabajadora, consciente de su
propio valer, y que actúa con diligencia en bien de su familia y los demás.
Allí no hay inactividad, ni complejo alguno de inferioridad. Hay, en cambio,
obras de fe, hay capacidad y espíritu emprendedor.
La sujeción no es una postura externa, sino un
asunto del corazón que va abarcando progresivamente todas las esferas de la
vida, que no inmoviliza a la mujer, sino que la impulsa hacia las más altas
metas de realización personal y familiar.
Espiritual y también práctico
Ahora vamos a hablar de un segundo plano -y
complementario- de la vida matrimonial. Como ya se ha dicho, las cosas eternas
de Dios, cuando entran al plano humano se restringen al tiempo y al espacio. Y entonces
adquieren también una forma visible, temporal y práctica. Así lo fue con el
Hijo de Dios, lo es con la iglesia, y también es así con el matrimonio.
De modo que el matrimonio tiene un sentido doble:
uno espiritual, trascendente, y que muestra la relación de Cristo y la iglesia,
del cual venimos hablando; y otro con una base terrena, de procreación y
perpetuación de la especie, en cuyo centro está la sexualidad. Esto último
explica la existencia en la Biblia de un capítulo como 1ª Corintios 7.
En efecto, en este capítulo se tratan los asuntos
más prácticos del matrimonio, así como en Efesios 5 se muestra su sentido
trascendente. Aquí en Corintios se muestra cómo esa relación perfecta entre
hombre y mujer en el matrimonio les lleva a cada uno a preocuparse del otro.
Tanto el hombre como la mujer han de cumplir el deber conyugal con el otro,
porque ninguno tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el otro. El
mandamiento es, en definitiva, no negarse el uno al otro. Y esto,
evidentemente, tiene que ver aquí con las relaciones íntimas, con la
sexualidad. Por eso podemos afirmar que este asunto, aunque de tipo práctico,
es fundamental en la buena marcha de un matrimonio, y por eso es atendido en la
Palabra de Dios.
Si se quita uno de estos dos sentidos, caemos, o
bien en una espiritualización, o bien en una caricaturización grotesca del
matrimonio. Si atendemos sólo a la metáfora del matrimonio, de lo que éste
significa espiritualmente, y desconocemos este otro aspecto, entonces el
matrimonio vendría a ser para nosotros algo humanamente irreproducible, más
cercano a lo angélico que a lo humano. En tal caso, menospreciaríamos el
atender al deber conyugal, y estaríamos cometiendo una falta grave delante de
Dios.
Si, por otro lado, lo vemos desde el punto de vista
meramente humano, como lo ven los incrédulos, el matrimonio sería, entonces,
sólo un contrato, con algo de sexo y unas pocas cosas más. En esto, como en
muchos otros asuntos de la vida cristiana, hemos de ser sabios y equilibrados.
Un hombre de Dios, por muy espiritual que sea, ha de cumplir su deber conyugal.
Asimismo, una mujer de Dios, por muy espiritual que sea, ha de cumplir su deber
conyugal. Esto, a menos que los dos, de común acuerdo, se abstengan por un
tiempo para dedicarse a la oración, como lo dice la Escritura.
He aquí un hecho notable y, tal vez, para muchos
desconcertante: la perfecta unidad del matrimonio se consuma en el acto íntimo.
Por eso el apóstol dice: "volved a juntaros en uno" (1ª Cor.7:5),
luego de conceder que por un tiempo se nieguen el uno al otro. Y es que esto,
siendo, al parecer tan humano, es una alegoría de la unidad perfecta de Cristo
y la iglesia.
De esta manera es como Cristo viene también a ser
el Señor en el matrimonio de los creyentes.
II. LA FAMILIA
La madre, primero
La primera que ha de asumir la responsabilidad en
la crianza y educación de los hijos es la mujer. Así lo vemos en las
Escrituras. El niño bebe de su madre, no sólo la leche física, sino también el
primer alimento formativo (Ver, al respecto, el orden que se establece en 1ª
Tes.2:7, 11).
Los primeros años de la vida de un hombre son
fundamentales en la formación de su carácter y personalidad. Por eso, durante
estos años, es preciso que los hijos estén el mayor tiempo posible junto a su
madre. No se trata de que reciban información, simplemente, sino de todo un
complejo conjunto de elementos, entre los que hay actitudes, valores,
principios, gestos y también enseñanzas prácticas, que tienen que ver con la
formación y que van plasmando su carácter.
Jocabed, la madre de Moisés, tuvo fe para
preservar a su hijo de la muerte, y para convertirse - una vez que fue salvado
de las aguas - en su nodriza. La enseñanza impartida en esos primeros años fue
tan efectiva que no pudo ser borrada del corazón de Moisés por la enseñanza que
recibió "en toda la sabiduría de los egipcios" (Hch. 7:22). Por eso,
crecido ya Moisés "salió a sus hermanos" (Ex.2:11). ¿Podría
concebirse a un Moisés que fuera criado con mentalidad egipcia, volviendo a sus
hermanos para libertarlos? Él no habría estado en condiciones de sufrir el
dolor de sus hermanos ni hubiese estado dispuesto a soportar el menosprecio por
ellos.
Ana, la esposa de Elcana, ¿no crió a su hijo
Samuel para dedicarlo al Señor, luego de haberlo recibido de Él? Siendo aún pequeño
él ministraba a Jehová delante del sumo sacerdote. Su mente y su corazón
estaban apegados al Señor, porque así fue enseñado. Y llegó a ser un profeta de
Dios, y el más grande juez de Israel.
Faltaría el tiempo para destacar la fe de Sara,
que tuvo en Isaac una clara muestra de su piedad. La fe de Rahab, quien después
de haber sido una mujer menospreciada en Jericó, vino a ser la madre de Booz,
el marido de Rut, un hombre piadoso y justo como pocos en al Antiguo
Testamento. De Betsabé, la madre de Salomón, que crió a su hijo para el trono.
De Elisabet, la madre de Juan el Bautista, que alaba al Señor por haber quitado
su afrenta entre los hombres, y que crió un nazareo para Dios. Y, sobre todo,
la fe de María, la madre de nuestro Señor, la más piadosa de todas, a quien le
fue confiada la noble misión de criar al Señor Jesús, en el hogar de la mayor
piedad imaginable. ¿Qué misión hay más noble para una mujer?
No hay más alto privilegio conferido a la mujer,
que el de criar y formar a sus hijos "en fe, amor y santificación, con
modestia" (1ª Tim.2:15); de introducir en ellos los primeros destellos del
conocimiento y el temor de Dios, y de inclinar el corazón sensible de ellos a
Dios. Esta herencia es más valiosa que la multitud de las riquezas, y que toda las
grandezas del mundo. La fe de un hombre de Dios, como la de Timoteo, tiene casi
siempre a su haber -como un poderoso respaldo- la fe que habitó primero en sus
progenitores, en su abuela Loida, y en su madre Eunice, por lo cual se le podía
decir a Timoteo "que desde la niñez has sabido las Sagradas
Escrituras" (2ª Tim.1:5; 3:15).
El sacerdocio del padre
La primera y gran responsabilidad del padre
cristiano es la de ejercer el sacerdocio espiritual a favor de sus hijos. Si
bien es una responsabilidad que comparte con su esposa, es el varón, que ha
sido puesto como cabeza de la mujer, quien está llamado a ejercer fielmente
este ministerio.
Sacerdocio significa, fundamentalmente,
intercesión. Cristo es el primer y mayor sacerdote -"sumo
sacerdote"-, que intercede permanentemente por los hijos de Dios. El padre
cristiano ha de hacer lo mismo a favor de sus hijos.
El padre ha de mostrar a Dios a los hijos, y ha
de presentarse ante Dios por sus hijos. En tanto ellos no puedan defenderse por
sí solos en la lucha espiritual, han de ser sostenidos por la oración de sus
padres. El diablo buscará herir las familias, y atacará a los hijos de los
creyentes. Pondrá trampas en su camino y tentaciones sutiles. Tales cosas han
de ser quitadas por la oración persistente, en una batalla espiritual que se
libra cada día sobre las rodillas, en la intimidad con Dios. ¡Cuánto daño
perfectamente evitable se ha infligido a los niños y jóvenes porque los padres
han descuidado este sagrado ejercicio! El buen ejemplo de los padres no basta.
Los consejos bien intencionados tampoco. Hay acciones espirituales de las
tinieblas que sólo pueden ser contrarrestadas por la oración continua, en el
ejercicio del ministerio sacerdotal de los padres -especialmente del padre- a
favor de sus hijos. Ellos no deben olvidar que la lucha no es contra sangre y
carne, "sino contra principados, contra potestades, contra los
gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de
maldad en las regiones celestes" (Ef.6:12).
En medio de una generación en que hay tantos
jóvenes esclavizados por Satanás, el padre de hijos creyentes ha de orar para
que en sus hijos se cumpla la palabra de 1ª Juan 2:14: "Os he escrito a
vosotros, jóvenes, porque sois fuertes ... y habéis vencido al maligno".
Su experiencia en la carrera de la fe ha de ser una salvaguarda para quien está
recién comenzando. El descuido en la intercesión trae mucho dolor y lágrimas a
las familias de los creyentes.
No obstante, siendo ésta la primera y mayor
responsabilidad de los padres, no es la única.
Dos modelos de padres
En la Biblia encontramos, al menos, dos modelos
de padres, representados en dos personajes bíblicos. Uno es Abraham, y el otro
es Elí.
Del primero -Abraham- dice el Señor: "Porque
yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino
de Jehová ..." (Gén.18:19). Abraham no aceptó que su hijo Isaac se casara
con una mujer cananea, porque los cananeos eran idólatras; sino que envió a su
criado a buscar una esposa para su hijo entre sus parientes (Gén.24:3-4).
Elí muestra una situación muy diferente. A éste
le dice Dios: "¿Por qué has honrado a tus hijos más que a mí ... Yo había
dicho que tu casa y la casa de tu padre andarían delante de mí perpetuamente;
mas ahora ha dicho Jehová: Nunca yo tal haga, porque yo honraré a los que me
honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco" (1 Sam. 2:29-30). Y
añade: "Porque sus hijos han blasfemado y él no los ha estorbado"
(3:13).
He aquí dos padres, dos modelos, dos formas de
criar a los hijos. ¿Cuál de ellos seguiremos nosotros? El resultado del modelo
de Abraham es Isaac, el hijo de la promesa, un varón temeroso de Dios
(Gén.31:42,53). El resultado del modelo de Elí es Ofni y Finees, dos sacerdotes
impíos, que escandalizaron al pueblo de Dios en el mismísimo templo, y
acarrearon sobre sí el juicio de Dios, por lo cual murieron ambos en el mismo
día (1 Sam.2:12-17, 34; 4:17).
Isaac es modelo de obediencia y de fe. ¡Cuánto
amor por su madre, por quien observó un luto sentido! ¡Cuánta confianza en los
designios de Dios al aceptar como esposa a una mujer sin conocerla! ¡Cuánta
paciencia para la llegada de sus hijos, que se tardaron en venir! Ofni y
Finees, en cambio, fueron hombres impíos que no tenían conocimiento ni temor de
Dios. Ellos cayeron en el pozo de su propia concupiscencia y blasfemia.
Estos dos modelos siguen vigentes hoy en día. Los
hijos de Dios están llamados a seguir el ejemplo de Abraham, sin embargo,
muchos hoy siguen el camino de Elí, con sus mismas funestas consecuencias.
El camino de Elí, que consiste en no estorbar a
los hijos, en dejarlos ser y hacer como les venga en gana, en asumir una
actitud bonachona de complicidad, tiene muchos continuadores en este día. Y el
profeta de ellos tiene, en nuestro siglo, nombre y apellido.
La doctrina Spock
El pedagogo que tal vez más ha influido en la
educación de los hijos en este siglo, es el médico norteamericano Benjamín
Spock, quien publicó desde el año 1945 hasta ahora, con ediciones de millones
de ejemplares, un voluminoso libro sobre la crianza de los hijos.
Formado bajo los principios de Sigmund Freud,
introdujo disimuladamente el principio de que la represión a los niños puede
causar "neurosis catastróficas" en la edad adulta, de modo que para
evitarlas es mejor dejarlos hacer, y no ponerles restricciones.
Este principio subyace en toda la obra de Spock y
en la de otros pedagogos de su misma corriente, y ha contaminado la educación
que se imparte desde hace varias décadas en el mundo. Al revisar la última
edición española de su libro podemos comprobarlo.
Spock aboga -en teoría- por un trato
"estricto con moderación", o, como también le llama, por una
"permisividad moderada" hacia los hijos, aduciendo que el trato
estricto no es dañino cuando los padres son bondadosos. Esto parece muy bueno,
sin embargo, sus consejos prácticos se apartan totalmente de ese predicamento.
Spock aconseja a los padres que no regañen ni
discutan, ni menos castiguen a los niños en sus rabietas, porque sólo lograrán
frustrarse: "Un pequeño que se siente desdichado y está haciendo una
escena, se tranquiliza para sus adentros cuando siente que su padre sabe qué es
lo que hay que hacer sin enojarse" (p.303). Más adelante afirma que los
berrinches no significan nada, que están, simplemente, relacionados con ciertas
frustraciones: "Si ocurren con regularidad, varias veces por día, podría
significar que el niño está demasiado cansado o tiene alguna perturbación
física crónica" (p.356), por tanto, no hay necesidad de estorbarlos. Si
una niña, por ejemplo, muerde a las personas, es porque "tal vez esté
siendo reprendida y disciplinada en casa, y ello le provoque un estado de
frenesí y tensión exagerados" (p. 343).
Respecto del castigo físico, Spock adopta, en
primera instancia, una posición ambigua, aduciendo que eso depende de cómo
fueron educados los padres. Pero luego se opone abiertamente a ello al afirmar
que "Si (el castigo) hace que un niño se vuelva furioso, desafiante, y se
comporte peor que antes, por cierto, ha sido un tiro errado" (p.358).
"En tiempos anteriores -agrega-, la mayoría de los niños eran zurrados, en
la creencia de que ello resultaba necesario para que aprendieran a comportarse
bien. En el siglo XX, en la medida en que padres y profesionales han observado
a los niños (...) se ha llegado a la conclusión de que los niños pueden
comportarse bien, ser colaboradores y corteses, sin haber sido nunca castigados
en forma física (...) o de otras formas" (p. 359). Luego afirma que
"existen varias razones para tratar de evitar el castigo físico, (porque
ello) le enseña al niño que la persona más grande, más fuerte, tiene el poder
para salirse con la suya, esté o no en lo cierto, y pueden resentirse contra
sus padres por ello (...) para toda la vida" (p.359). Spock concluye
atribuyendo a las palizas de los padres norteamericanos la violencia que impera
en esa nación.
La doctrina Spock ha formado en EE.UU. y en el
mundo entero las últimas generaciones de pedagogos y padres. Respecto de la
crianza de los hijos, el nombre "Spock" llegó a adquirir más
autoridad que la Biblia, en una sociedad que se ha enorgullecido por su apego a
la Biblia, y que ha acuñado la famosa frase: "En Dios confiamos".
La doctrina Spock está destinada a los padres que
corren por la amplia corriente de este mundo, a quienes instruye desde la sabiduría
humana, no tomando en cuenta para nada la sabiduría de Dios. Spock hace
aparecer a los padres como impotentes ante las reacciones de sus hijos,
atribuyéndole, además, a la disciplina todos los males de la época. Hace
depender la disciplina de la eventual aceptación que de ella pudieran tener los
hijos, y la hace ver, además, como extemporánea y obsoleta, que más que
beneficios, trae resentimientos hacia los padres.
Las consecuencias de esta doctrina las vemos cada
día en el mundo. Pero, ¿qué nos dice la Biblia?
Lo que dice la Palabra de Dios
La clave de la enseñanza bíblica acerca de la
crianza de los hijos está dada en Efesios 6:4: "Y vosotros, padres, no
provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación
del Señor."
En este versículo hay una enseñanza negativa y
luego una positiva. Por el momento dejaremos de lado la primera, para entrar en
la forma positiva, que se refiere a la forma de criar a los hijos.
La crianza de los hijos tiene que ver con dos
acciones concretas: a) la disciplina (otras versiones dicen
"corrección") del Señor, y b) la amonestación (otras versiones dicen
"instrucción", "enseñanza") del Señor.
La disciplina del Señor
Lo primero es, entonces, la disciplina o
corrección. ¿Por qué está primero la disciplina o corrección? Si nosotros
buscamos en Proverbios, hay muchos lugares en que se habla acerca de la crianza
de los hijos. Y en cinco de ellos se habla de disciplina. En uno se da la
respuesta a nuestra pregunta. Dice: "La necedad está ligada en el corazón
del muchacho: mas la vara de la corrección la alejará de él" (22:15), y en
otro se añade: "El castigo purifica el corazón" (20:30).
Esta es una afirmación categórica: ¡hay necedad
en el corazón del muchacho! Pero también está la forma cómo sacarla de allí: La
vara de la corrección la alejará de él, y más encima, purificará el corazón.
Pero no es sólo un trabajo de limpieza el que
realiza la vara de corrección. También añade algo: "La vara y la
corrección dan sabiduría" (Pr.29:15).
De manera que la vara tiene tres operaciones: a)
aleja la necedad, b) purifica el corazón y c) da sabiduría. ¡Esto es magnífico!
No creo que haya una fórmula sicológica, ni un medicamento, por sofisticado que
sea, que dé mejores resultados que esto. ¡Gracias al Señor! Hay esperanza para
los padres creyentes. ¡Podemos tener hijos sabios!
Luego, y como si esto fuera poco, la Escritura
nos advierte acerca de las consecuencias que vendrán si no sacamos la necedad
del corazón del muchacho. Entonces tendremos a un joven con un mal que tiene
muchas ramificaciones. Este mal lo denominaremos "el síndrome del muchacho
necio". Veamos cómo es.
Los primeros que pagarán las consecuencias de
este mal son los padres, y de ellos, principalmente la madre, porque el hijo
será para ella motivo de tristeza (10:1), de vergüenza, de oprobio (29:15b), de
amargura (17:25 b); y luego, el hijo la menospreciará (15:20 b), y la
ahuyentará (19:27 a).
Uno puede legítimamente preguntarse, ¿cómo es que
un hijo, que ha sido criado con todo el regalo y los afectos más nobles, con
toda la ternura por su madre, tal vez hijo único, heredero de todo, puede
convertirse en una espina que atraviesa el alma del ser que más le ama? Parece
increíble, pero así dice la Palabra de Dios, y así lo hemos visto más de una
vez.
Luego se verá afectado el padre, a quien le
causará pesadumbre (17:25 a) y aun le robará (19:26), y llegará a decir que tal
cosa no es maldad (28:24). El corazón del padre no se alegrará (17:21), al
contrario, será para él motivo de tanto dolor que preferiría en lugar de su
hijo al siervo prudente (17:2).
Han de ser indecibles los dolores que debe de
sentir el padre que ayer se alegró con el nacimiento de su niño, imagen de sí
mismo, heredero de su estirpe y de sus bienes, hoy convertido en una espina en
su corazón, amigo de lo malo y enemigo de toda justicia.
Pero, si por el contrario, el muchacho es
corregido, es decir, es hecho sabio mediante la vara, entonces -dice- "te
dará descanso y dará alegría a tu alma." (29: 17; ver tb. 15:20; 10:1;
23:24; 29:3). Tal hijo recibirá el consejo de sus padres (13:1) y se sentirá
honrado por causa de ellos (17:6).
¿Qué satisfacción puede haber mayor para un
hombre y una mujer, que el que sus sueños respecto de sus hijos, sueños
alimentados durante tantos años de espera silenciosa, se conviertan en feliz
realidad a su tiempo? ¿Qué mejor adorno para su vejez? ¿Qué mayor honra?
De pequeños y también muchachos
En el libro de Proverbios hay más enseñanzas aún
sobre la disciplina. En 13:24 se habla de la necesidad de corregir a los hijos
desde pequeños: "El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que
lo ama, desde temprano lo corrige". También dice: "Castiga a tu hijo
en tanto que hay esperanza" (19:18), lo cual da a entender que una
disciplina tardía es inútil. Mientras la enseñanza que hay en el mundo exime a
los pequeños de responsabilidad, las Escrituras otorgan a la disciplina de los
primeros años una importancia fundamental.
Pero no sólo cuando son pequeños. Dice: "No
rehúses corregir al muchacho, porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo
castigarás con vara, y librarás su alma del Seol." (23:13-14).
La moderna pedagogía ha logrado amedrentar a los
padres cuando les habla acerca de la disciplina de los hijos adolescentes.
Ellos no deben ser castigados -dice- para no inferirles algún daño en su
"autoestima", o bien porque pueden tornarse rebeldes e, incluso,
pueden atentar contra su vida. Hemos comprobado que muchos padres se ven
obligados a consentir en todo lo que sus hijos quieren, por temor a que ellos
cometan suicidio. Pero la Escritura exhorta a los padres creyentes a corregir
al muchacho y librar así su alma del Seol.
La actual sicología enseña que los muchachos
atraviesan por un período difícil, y que es normal que los adolescentes sean
irrespetuosos, violentos, y de ánimo cambiante. Sin embargo, la Escritura dice:
"Aun el muchacho es conocido por sus hechos, si su conducta fuere limpia y
recta" (20:11). Mientras la sicología justifica sus conductas indeseables,
la Escritura les señala nobles metas. Aún ellos pueden ser conocidos por sus
hechos rectos y honestos. Ellos no son marionetas en manos de fuerzas
incontrolables. Ellos pueden ser conocidos por su rectitud, de modo que ésta
llegue a ser notoria a todos.
Entre los judíos, un niño de 12 años era considerado,
para algunos efectos, un hombre. Los 12 años del Señor Jesús están señalados
por un hecho asombroso, en que le vemos ocupado en los negocios de su Padre.
Los hijos de creyentes han de seguir este modelo, y no lo que es costumbre hoy
en el mundo.
La edad de los 12 a los 18 años es la edad para
que el muchacho sea conocido por sus hechos, en una conducta limpia y recta. No
es la edad de la irresponsabilidad ni para alimentar las pasiones juveniles.
Estas cosas están el mundo, pero no tienen valor para los hijos de Dios, ni
menos deben señalar un modelo de conducta.
Luego, existe el supuesto de que es señal de amor
a los hijos dejarles hacer lo que quieren y que es señal de aborrecimiento el
disciplinarles. Sin embargo, la Escritura dice que el que no castiga a su hijo,
lo aborrece, y el que lo ama, lo corrige desde muy pequeño; aun más, el mismo
Señor procede así con sus hijos, ya que Él mismo "al que ama castiga, como
el padre al hijo a quien quiere" (Pr.3:12, y Heb.12:5-6).
No podemos desconocer que hay mucho castigo que
se infiere a los hijos en forma cruel y sin amor, por parte de padres
incrédulos e iracundos; pero ¿hemos de invalidar la palabra de Dios por tales
desatinos? Eso es lo que el diablo quisiera, y es lo que ha logrado sembrar en
el corazón de muchos cristianos. Sin embargo, la Palabra de Dios es sabia y
veraz, y no puede ser quebrantada (Jn.10:35). Así que, el amor y la disciplina
van de la mano, como también van de la mano, para mal, el aborrecer y el
detener el castigo.
La disciplina tiene un freno
La disciplina, sin embargo, ha de tener un freno,
porque es del Señor. Proverbios 19:18 dice: "Castiga a tu hijo en tanto
que hay esperanza, mas no se apresure tu alma para destruirlo."
Y es que, al corregir a nuestros hijos, podemos
excedernos. Puede usarse la disciplina meramente como un desahogo a la ira
contenida. Tal cosa es despreciable. Sin embargo, aun a riesgo de excedernos,
debemos disciplinar. El freno será nuestro amor, anidado en nuestras entrañas,
y el Espíritu Santo, quien nos ha dado dominio propio (2ª Tim.1:7). Y si acaso
nos excedemos, pediremos perdón, y lloraremos juntos con nuestros hijos. Y
ellos nos perdonarán, y juntos ganaremos en cuanto a la obediencia al Señor,
pero en ningún caso podremos eximirnos de obedecer al Señor en cuanto a la
disciplina de nuestros hijos.
La amonestación del Señor
Luego tenemos la amonestación o instrucción. En
Proverbios 22:6 dice: "Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere
viejo no se apartará de él." (Ver también Dt.4:9; 6:7,20; 11:19).
Así como la disciplina ha de aplicarse a los
niños desde pequeños, también la instrucción. Referido a la disciplina dice:
"Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza" (19:18a). Aquí,
referido a la instrucción dice: "Instruye al niño en su camino, y aun
cuando fuere viejo no se apartará de él." De modo que, si del castigo
tardío no hay esperanza, en la instrucción temprana hay seguridad.
La enseñanza tierna de la madre, primero; luego
la del padre, un poco más firme; la instrucción permanente de ambos, en toda
ocasión y en todo tiempo, quedarán indelebles en el corazón del hijo, como una
marca hecha a cincel en el acero más puro. Podrá el muchacho apartarse por un
tiempo, llevado por algún viento de doctrina o de hueca sutileza, pero
finalmente volverá al cauce que en su corazón marcó la Palabra verdadera en su
más tierna infancia.
En materia de instrucción los padres han de
esmerarse. Así como el diablo provee a los jóvenes suficiente instrucción -y
atractiva por lo demás- capaz de convertirlos en delincuentes, los padres
cristianos han de proveer a sus hijos suficiente material de lecturas sanas y
edificantes, para forjar en ellos muchachos amantes de lo bueno y con temor del
Señor.
La promesa es que el buen camino mostrado en la
niñez, encaminará los pasos del hombre en su vejez. El niño no es un ser torpe
ni incapaz de un aprendizaje verdadero. Los niños sorprenden muchas veces a los
adultos con su extraordinaria habilidad para entender las cosas sin prestar,
aparentemente, atención.
La disciplina debe ir de la mano con la
instrucción. La disciplina por sí sola no está completa. A veces se castiga a
los hijos sin que ellos sepan el por qué. Por eso, la disciplina no debe ir
sola.
No provocarlos a ira
La forma negativa de Efesios 6:4 es: "Y
vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos", la cual aparece
reforzada en Colosenses 3:21: "Padres, no exasperéis a vuestros hijos,
para que no se desalienten." Las expresiones "provocar a ira" y
"exasperar" también se traducen como "irritar"; en tanto
que la expresión "para que no se desalienten" también se traduce como
"para que no se vuelvan apocados" (Biblia de Jerusalén).
La disciplina, a la luz de la Palabra, es un acto
que reviste solemnidad, porque en ella el padre o la madre están obedeciendo al
Señor, con independencia de sus sentimientos particulares respecto del asunto
por el cual disciplinan. El padre y la madre representan la autoridad de Dios,
por lo tanto, ellos no amenazan sin cumplir, ni juegan a hacer ostentación de
su autoridad. Ellos no añaden a la disciplina el escarnio, ni expresiones
livianas que exasperan, ni menos palabras groseras.
Cuando los padres disciplinan hacen uso de una
autoridad delegada, por cuanto ellos son meramente administradores de la
autoridad de Dios. Ellos no castigan a sus hijos, es la autoridad de Dios la
que cae sobre ellos.
Por tanto, debe disciplinarse -aunque parezca
paradójico- con respeto. Respeto hacia el hijo, porque si bien él debe ser
corregido, su dignidad como hijo de padres que a la vez son hijos de Dios (y
tal vez como hijo de Dios él mismo) debe quedar resguardada.
La burla, la ironía y el sarcasmo, tan
recurrentes en estos casos, deben quedar totalmente de lado. Incluso el área
del cuerpo sobre el que se aplica el castigo debe ser escogida con cuidado, de
modo que no involucre ningún daño más allá del dolor momentáneo.
Por ello se hace necesario que los padres ejerzan
una autoridad en humildad, con temor. Ellos no están "pegando" a sus
hijos, ni menos "escarneciéndolos". Ellos están permitiendo a sus
hijos tomar una lección de obediencia. Les están permitiendo conocer la
autoridad y obedecerla.
¡Qué distinto es este noble ejercicio
desarrollado por padres creyentes, de aquella burda imitación diabólica, que
son las golpizas dementes, esas iracundas bataholas desatadas por padres
descontrolados, esas heridas de cuerpo y alma que infligen a sus pequeños
hijos, por motivos absurdos, en la esclavitud de las pasiones y de los vicios
más viles! Aquello no merece llamarse disciplina.
Para los padres creyentes que de verdad son un
ejemplo de amor y devoción al Señor, que de verdad andan delante de Él y se
ejercitan en la piedad, no será difícil disciplinar a sus hijos. Los hijos
tienen un corazón sensible, y reconocerán los móviles de la disciplina. Si, además,
se ejerce con temor y temblor, ella no podrá ser resistida.
El trabajo hogareño
En Proverbios 10:5b dice: "El que duerme en
el tiempo de la siega es hijo que avergüenza."
Aquí tenemos lo que debiera ser una norma de vida
para los hijos jóvenes. Ellos han de ser iniciados en las labores domésticas,
para ayudar de acuerdo a su capacidad.
El que un hombre llegue a ser diligente y
responsable dependerá de si fue convenientemente entrenado desde pequeño. Las
madres han de velar por que sus hijos varones compartan las labores domésticas,
tradicionalmente terreno de las hijas.
No hay actividad vedada para ellos, cuando se
trata de iniciarlos en el trabajo, aunque los hijos hallarán, sin duda, junto a
su padre, y las hijas junto a su madre, un lugar más cómodo para ayudar. Sea
como fuere, han de hacerlo "en el tiempo de la siega", para que no
sean hijos que avergüencen.
Las malas compañías
Una vez que los hijos van creciendo, van
ampliando poco a poco sus relaciones, y su inexperiencia puede llevarlos a
unirse a sujetos maleados por el pecado y a ser seducidos por ellos Los
ociosos, amigos del placer de la comida y la bebida, son amistades peligrosas
para los hijos. "El que es compañero de glotones avergüenza a su
padre" (28:7).
Las conversaciones ociosas van anidando en el
corazón el germen de acciones impías. Primero están los pensamientos, luego las
palabras y después las acciones, que, a su vez, se traducen en costumbres. Por
eso dice la Escritura: "No os engañéis; las malas compañías corrompen las
buenas costumbres." (1ª Cor.15:33, Versión Moderna).
El autor del libro de Proverbios advierte a su
hijo del peligro que reviste el juntarse con gente codiciosa. Ellos aman el
dinero, y, con tal de conseguirlo, pueden llegar, incluso, hasta a derramar
sangre (1:10-19).
Le advierte también de no juntarse con hombres
perversos (2:10-15), que han dejado los caminos derechos para andar por sendas
de muerte, que se alegran haciendo el mal e introduciéndose en las
perversidades del vicio. Le advierte de no juntarse con los impíos (4:14-19),
quienes no duermen si no han hecho caer a alguno en sus redes.
Le advierte insistentemente acerca de las mujeres
extrañas, las cuales abandonan al compañero de su juventud y se olvidan de Dios
(2:16-19), cuyos labios destilan miel, pero su fin es amargo como el ajenjo, y
agudo como espada de dos filos. En cambio, le exhorta a ser fiel a la mujer de
su juventud, que es "como cierva amada y graciosa gacela" (5:1-23).
Le advierte acerca de la mujer ramera, que con su hermosura seduce al joven
(6:23-28) y con su astucia lleva a su víctima "como va el buey al
degolladero, y como el necio a las prisiones para ser castigado" (7:4-27).
También le advierte acerca de los peligros de la casada infiel (6:29-35).
La integridad del justo
Hay en Proverbios 20:7 una preciosa promesa para
los padres creyentes: "Camina en su integridad el justo; sus hijos son
dichosos después de él." Aquí tenemos un elemento que no podemos dejar de
decir, y que constituye el final feliz de una relación padre-hijo normal.
El padre es un hombre justo, y más que eso, es un
hombre íntegro, sin doblez. Él actúa en su casa y fuera de ella de la misma
manera. El habla y hace aquello que dice, en absoluta consonancia. Porque es un
justo, su camino es recto. Porque es íntegro, queda detrás de él una estela de
dicha y paz.
Es que la fe y la conducta de un hombre justo no
pueden pasar inadvertidas para sus hijos. Asimismo, la disciplina y
amonestación de un hombre íntegro no puede ser resistida por sus hijos.
La resistencia de los hijos a la disciplina y
amonestación de los padres, cuando la hay, no es causada porque éstos la
ejerzan, sino porque suele haber una gran incoherencia entre las palabras y los
hechos de ellos. Lo que los hijos aborrecen es que se discipline sin ejemplo de
vida y sin amor, con un corazón que se ha apartado de ellos.
Por eso el profeta Malaquías clama por que el
corazón de los padres se vuelva hacia los hijos. Es por eso que en el Nuevo
Testamento se toma de nuevo esta Palabra demandándola especialmente a los padres
(Lc. 1:17). El corazón de los padres tiene que volverse a los hijos, para que
éstos se vuelvan a sus padres. Es la conducta de los progenitores la que
determina la conducta de sus hijos. Los padres suelen tener entre diez y veinte
años para sembrar en el corazón de los hijos una buena semilla. Si la semilla
no es buena, entonces no podrá sorprendernos que hay una mala cosecha, pues
"todo lo que el hombre sembrare, eso también segará" (Gál.6:7). Si el
corazón de los padres está apegado al de los hijos (tanto en el amor como en la
disciplina), el corazón de los hijos también se apegará al de los padres (tanto
en el amor como en la obediencia). Si no ocurre así, habrá por parte de ellos
resistencia y rebeldía.
El camino del hombre justo es íntegro, y sus
hijos lo saben. Por eso se sienten dichosos de seguir el camino que él les ha
trazado.
La demanda para los hijos
Para los hijos el mandamiento es obedecer:
"Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo"
(Ef.6:1). Para ellos, naturalmente, es un mandamiento difícil de acatar. Y
sobre todo cuando los hijos no son convertidos, porque las normas que sus
padres establecen les parecerá que sólo significan restricción a su libertad.
Ellos aman la libertad, ellos quieren hacer uso de toda la libertad. Ellos
siempre exigirán más libertad de la que están preparados para hacer uso
responsablemente. En su relación con sus iguales, especialmente, ellos quieren
demostrar que son libres, y que son responsables de esa libertad.
En nuestros días, de acuerdo a los modelos en
boga, la libertad halla su más amplia expresión en el plano de la sexualidad.
La libertad sexual, el desorden, la promiscuidad es la norma. Sin embargo, la
sexualidad es una cosa que requiere responsabilidad y madurez antes de poder
hacer uso de ella y, evidentemente, sólo cabe dentro de los límites del
matrimonio.
El sexo fue creado con un fin noble, y un hijo de
Dios no puede desvirtuarlo. Los modelos que se imponen en el mundo hoy no
constituyen la forma de ser de un joven cristiano. Cosas tales como la
abstinencia sexual, la lealtad hacia la pareja, la virginidad, no son valoradas
por los jóvenes de hoy, pero en un hijo de Dios constituyen su forma de ser.
Mientras los hijos no tengan una experiencia real
con el Señor (y aún después), deberán sujetarse a normas claras y precisas.
Conforme vayan creciendo y madurando, conforme vayan demostrando que pueden
hacer uso de una libertad responsable, podrán ir disponiendo de ella, en cuanto
a la disponibilidad y administración de su tiempo, del dinero, y de sus
responsabilidades escolares. La libertad debe ir siendo graduada según el
correcto uso que se haga de ella.
En Proverbios 15:32 dice: "El que tiene en
poco las disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene
entendimiento." Este es un axioma que se cumple en los hijos cuando
aceptan la disciplina y la corrección. Es por su propio bien que los hijos han
de aceptar el castigo. El que guarda la corrección vendrá a ser prudente
(15:5), recibirá honra (13:18) y morará entre los sabios (15:31).
Luego dice: "Honra a tu padre y a tu madre,
que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de
larga vida sobre la tierra" (Ef.6:2-3). En tiempos del Señor, los fariseos
habían encontrado la fórmula para doblarle la mano a este mandamiento. Bastaba
con que ellos dijeran que era "Corbán" (es decir, mi ofrenda a Dios)
todo aquello con que pudieran ayudarles y quedaban eximidos de su obligación.
El Señor reprende a los fariseos por haber aceptado que una tradición
invalidara la Palabra de Dios (Mr.7:9-13).
Honrar a los padres significa, cuando es
necesario, proveer para sus necesidades. De lo mucho o de lo poco que los hijos
han recibido han de apartar una ayuda para sus padres, y aun sostenerlos con
dignidad si es preciso (1ª Tim.5:3-4,8).
Los solteros
Diremos algo más sobre los cristianos jóvenes,
los que aún están solteros.
La condición de soltero -joven y doncella- es
alabada y recomendada en la Escritura. "El soltero -dice- tiene cuidado de
las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor" (1ª Cor.7:32). Por su
parte, de la doncella dice que "tiene cuidado de las cosas del Señor, para
ser santa así en cuerpo como en espíritu" (1ª Cor.7:34).
La condición de soltero no presenta, por tanto,
ningún menoscabo; por el contrario, es la condición óptima para servir al Señor
(el apóstol Pablo era soltero). Pero, si la necesidad apremia, el joven ha de
casarse, "pues mejor es casarse que estarse quemando" (1ª Cor.7:9).
La pureza y la santidad son demandas para los
creyentes solteros; aún más, es un asunto perfectamente posible, por lo cual,
su condición es inmejorables para servir al Señor. Que afuera en el mundo haya
toda forma de corrupción, eso no ha de amilanar a los creyentes jóvenes que
quieren conservarse puros. "Consérvate puro" (1ª Tim.5:22b) es una
exhortación que está vigente para ellos, lo mismo que: "Huye de las
pasiones juveniles" (2ª Tim.2:22a). Como pasiones, su duración no suele
ser mayor que la flor de un día, ellas se encienden rápidamente, y rápidamente
también se apagan.
Luego, cuando haya que casarse, hay que recurrir
al Señor. Porque, si bien "la casa y las riquezas son herencia de los
padres; mas de Jehová (es herencia) la mujer prudente" (Pr.19:14). ¿Podrá
el ojo acertar, o la intuición del hombre, cuando busca esposa? La mujer
prudente, la esposa idónea para cada hombre es una herencia del Señor, y es a
Él a quien hay que remitirse para pedirla.
Así como Dios hizo los arreglos para la unión de
Adán y Eva, lo hace en cada caso de verdadero matrimonio. Él conoce cuándo la
soledad del hombre ya no es conveniente para él, y Él le provee una esposa.
Entonces, la esposa llega a ser todo lo que él necesitaba.
El amor humano no es una base suficientemente
sólida para construir sobre él un matrimonio, porque es cambiante y engañoso
(ver ejemplo de Sansón, en Jueces 14:3,16; 16:4,15, y de Amnón, en 2 Samuel
13). El amor no sustenta el matrimonio, sino que el matrimonio sustenta el
verdadero amor, ese "vínculo perfecto", el amor espiritual de que se
habla en 1ª Corintios 13. Tampoco son las afinidades sociales, o los intereses
económicos una base suficientemente sólida para sostener un matrimonio, es la
elección de Dios la única que no falla. Como un hermano ha dicho: "Sólo el
Señor es capaz de sondear cada ser humano y saber quienes están hechos el uno
para el otro." Cuando el Señor une dos seres en matrimonio, Él mismo es su
respaldo, porque concede la gracia para resolver todos los problemas que se les
puedan presentar.
Lo mismo podemos decir de la mujer que necesita
un marido, sea soltera, o sea viuda. En ambos casos, ha de ser "en el
Señor" (1ª Cor.7:39 b).
Una exhortación final
En estos días finales, previos a la Segunda
Venida del Señor, los ataques de Satanás se han redoblado sobre el matrimonio y
la familia. Ello se ha refleja en las diversas teorías y huecas sutilezas
imperantes en el mundo y que pretenden desvirtuar el modelo de Dios y atomizar
las familias.
Sin embargo, los creyentes hemos de permanecer
fieles a la Palabra y a la revelación que de ella nos ha dado el Espíritu
Santo. Contra toda corriente modernista, sigamos sosteniendo el modelo de Dios,
que es conforme a su corazón, y que tiene a Cristo y la iglesia como ejemplo
perfecto. En las familias ha de vivirse la realidad de la fe que profesamos,
terreno que, aunque difícil, es fructífero, y cuyo fruto es duradero.
Estos son días de restauración. Son los días que
anunció el profeta Malaquías hace ya veinticuatro siglos. El Espíritu de Dios
está actuando hoy, y está preparando la iglesia para el Señor Jesucristo, una
iglesia gloriosa, santa y sin mancha, que no tenga arruga ni cosa que se le
parezca. Una iglesia que espere confiada y expectante a su Señor regresar por
ella.
En esta espera gozosa, oremos para que el Señor
restaure los matrimonios y las familias, y para que Él una a los matrimonios
que vendrán. Oremos para que las familias sean ordenadas según el modelo de
Dios. Oremos para que el Señor haga volver el corazón del esposo hacia la
esposa, el de la esposa hacia el esposo, el de los padres hacia los hijos, y el
de los hijos hacia los padres.
Oremos para que la venida del Señor nos encuentre
preparados. Amén.