Las 70 Semanas de Daniel – Diagramas
Este es un pequeño estudio de las 70 Semanas de Daniel con
Diagrama, de como todos los eventos escatológicos de Daniel encajan
perfectamente en el reloj profético de Dios.
Nos encontramos todavía en la semana 69 que terminará cuando la
iglesia de Dios sea arrebatada, dando inicio a la semana 70.
El tiempo
Daniel nos asegura que los acontecimientos a los
cuales se refiere en el capítulo 9 de su libro sucedieron durante “el año
primero de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey
sobre el reino de los caldeos” (vers. 1). Esto habría sido el primer año
después de la caída de Babilonia en el año 538 AC.
Habían pasado casi 10 años después de la visión
registrada en el capítulo 8. Sin embargo, Gabriel no había terminado de
explicarla, porque por una parte se refería a un futuro lejano, y por otra
Daniel había quedado quebrantado, postrado por una enfermedad que duró varios
días. Es evidente que la comunicación con el cielo y con los seres celestiales
puede drenar la energía nerviosa de una persona. Por lo demás, ahora Daniel ya
tenía cerca de 80 años, y el agotamiento debe haber sido más agudo para él.
Pero sin duda su mayor preocupación se centraba en la restauración del
santuario de su estado de profanación a una condición que permitiera la
adoración correcta. El período de 2.300 “tardes y mañanas” que debían
transcurrir antes que él y su pueblo pudiesen contemplar algún cambio, era
abrumador. Sin embargo, el ángel Gabriel le había asegurado que en este
respecto la visión también era verdadera.
Los judíos en exilio
Probablemente los judíos exiliados abrigaban
sentimientos encontrados con relación a su estada en Babilonia. No hay duda que
extrañaban el terreno a menudo rocoso y quebrado de Palestina. La tierra entre
los dos ríos, el Tigris y el Eufrates, era rica y muy fértil, bien regada por
ríos y canales, y constituía una abundante fuente de trabajo y alimentos. En
cambio el clima de Babilonia era seco, caluroso y polvoriento, y casi todo el
terreno era plano. En este respecto no era tan atractivo como la Palestina de
ellos con sus montes y valles, sus estaciones lluviosas regulares, y su
variedad de frutos. Muchos se sentían nostálgicos, y al reunirse para conversar
acerca de los buenos días del pasado, se acordaban de las canciones de Sión,
aunque no se sentían con ánimo de cantarlas. Colgaban sus arpas en los sauces y
lloraban (Sal. 137).
Pero otros se dejaban impresionar por el
esplendor de la ciudad de Babilonia, con su magnífica Puerta de Istar, su calle
de las procesiones con sus ostentosos desfiles, su conjunto de templos en el
Esagila, y sobretodo sus palacios y jardines colgantes. Los mercados ofrecían
oportunidades para el comercio. Babilonia era un centro político. Oficiales del
gobierno y representantes de muchas partes del imperio acudían a ella, todos en
busca de información, todos dispuestos a explotar su riqueza de una u otra
manera.
Muchos judíos se mezclaban con las multitudes. El
imperio les permitía reunirse en colonias en cualquier parte de Babilonia.
Algunos continuaban con la práctica de los oficios que habían aprendido en su
país natal, artesanos y hombres especializados, elegidos particularmente por
Nabucodonosor para llevar a cabo sus empresas de construcción. Muchos
trabajaban como obreros agrícolas, en la irrigación, y en la edificación. No
existía el desempleo. Muchos compraron tierras y edificaron sus casas, y se
establecieron con sus familias. Los jóvenes se casaron y tuvieron hijos.
Algunos de los judíos, como Daniel y sus amigos, ocuparon elevadas posiciones
en el gobierno.
Los judíos que vivían junto al río Quebar tenían
un sacerdote con ellos, a quien Dios había utilizado como profeta, a saber,
Ezequiel. Los exiliados no experimentaron persecuciones religiosas, ni
sufrieron interferencias con su forma de adoración. Los maestros podían
proseguir sus estudios y realizar sus tareas docentes. Los devotos entre ellos
se reunían el sábado, no para celebrar un servicio ceremonial, como lo hubieran
hecho en el templo, sino para leer y escuchar las escrituras, para discutir sus
intereses religiosos y para orar. De este modo comenzó a desarrollarse la
institución de la sinagoga. Seguramente que Daniel aprovechaba esas ocasiones
para compartir sus visiones con los demás.
Aunque muchos de ellos eran prósperos y ricos,
muchos también se preguntaban cuál seria el futuro de Jerusalén y del templo.
Se preguntaban si quizás Dios no los habría abandonado, si en realidad los
dioses de los babilonios no serían más poderosos que Jehová. Pero Daniel tenía
la certeza de que Dios estaba siempre en control de las cosas. Lo único que
sucedía era que no siempre podía comprender la forma divina de actuar. A veces
el plan de Dios parecía terriblemente lento. Tal vez él mismo debía hacer algo.
¡Sí, se pondría a orar! Lecciones de la cautividad
El exilio no había sido un desastre total. ¿Acaso
no se había transformado Nabucodonosor en un hijo de Dios? ¿No había llegado
Darío a comprender que el Dios de Daniel es el Dios viviente, el que rescata y
salva, y el que permanece para siempre? (Dan. 6:26, 27). ¿No había sido un
tremendo testimonio el milagro del horno de fuego, no solamente acerca de la
fidelidad de los tres hebreos, sino también de la poderosa fuerza del Dios de
los hebreos? A pesar de su pueblo, el conocimiento del verdadero Dios se había
extendido por todo el mundo conocido.
Si había algo que los judíos habían aprendido,
era la total futilidad de la adoración de los ídolos. Ellos nunca más
regresarían a la idolatría. Ahora encontraban consuelo mutuo y fortalecimiento
en la sinagoga. Descubrieron que la vida espiritual no necesita depender de
ritos y ceremonias, sino que es el producto de una relación correcta con Dios.
Más aún, aprendieron a valorar sus escritos sagrados, las enseñanzas de la
Tora. Puesto que eran extraños en un país extranjero, habían aprendido a
constituir una comunidad más unificada. Por último, y lo que era más
importante, habían comprendido que a Dios se lo puede adorar en cualquier
lugar, porque él es el único Dios verdadero y está cerca de todos, y nadie
puede desentenderse de su responsabilidad para con él, así se trate de un judío
o de un gentil….
“Setenta semanas están determinadas sobre tu
pueblo” (vers. 24.) Gabriel parece comenzar su mensaje abruptamente, pero
debemos comprender que se refiere a la visión de Daniel 8, y que está tratando
de iluminar lo que hasta entonces había quedado sin explicación. Era obvio que
el profeta estaba preocupado acerca del período de 2.300 años o días.
¿Significaba eso que la cautividad se extendería más allá de la profecía de los
70 años de Jeremías? Daniel esperaba que no fuera así, y oró en procura de perdón
para que Dios no tuviera que extender ese período.
El ángel le dijo que se “habían determinado” 490
años para su pueblo. Esto significaba que a la nación judía se le había
asignado un período de 490 años, lapso que comenzaría con “la salida de la
orden para restaurar y edificar a Jerusalén” (vers. 25). El hecho de que este
período fuera “determinado”, o “cortado” como lo indica la palabra hebrea,
significa que el período más corto formaría parte del más largo. Es decir, los
490 años serían una parte del periodo de 2.300 días (años). Siendo que ahora
sabemos cuándo comienza el período más breve, también sabemos cuándo se inicia
el más largo.
Esdras nos proporciona una copia del decreto que
Artajerjes promulgó autorizando a los judíos a regresar a Jerusalén y
reconstruirla (Esdras 7:12-26). Nos dice que para cumplir su cometido llegó a
Jerusalén durante el séptimo año del reinado de aquel monarca (vers. 8). Para
resumir los diferentes factores que contribuyeron a la reconstrucción, declara:
“Y los ancianos de los judíos edificaban y prosperaban, conforme a la profecía
del profeta Hageo y de Zacarías hijo de Iddo. Edificaron, pues y terminaron,
por orden del Dios de Israel, y por mandato de Ciro, de Darío, y de Artajerjes
rey de Persia”(Esd. 6:14). La historia revela que esto sucedió el año 457 AC.
Pero nuestra preocupación principal debe
centrarse en los sucesos acaecidos al final del período de 490 años. Gabriel
puntualiza seis asuntos:
1. “Para terminar la
prevaricación”. Al final de este período los israelitas habrían
decidido finalmente cuál sería su actitud hacia la dirección divina. Dios no
podía extender para siempre su gracia a un pueblo determinado a rechazar sus
amonestaciones.
2. “Poner fin al
pecado”. Con Cristo como el portador del pecado, no habría
necesidad de ofrendas por el pecado en servicios de templos. El tipo se
encontraría con el antitipo.
3. “Expiar la
iniquidad”. En la cruz Jesús hizo expiación por el pecado. El
mismo declaró: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”
(Juan 12:32).
4. “Para traer la
justicia perdurable”. Jesús murió en la cruz, no sólo para
perdonar el pecado, sino también para ser capaz de imputar e impartir su
justicia a todos los que acepten su ofrecimiento.
5. “Sellar la visión”.
Esto es, para ratificar la visión, de modo que el cumplimiento de una de sus
partes nos proporcionara la seguridad de que las demás serían cumplidas.
6. “Ungir al santo de
los santos”. Esto debe referirse al santuario del cielo, y no
al terrenal. Indica el tiempo cuando Cristo sería inaugurado como Sumo
Sacerdote, para realizar sus oficios de Sumo Pontífice en las cortes del cielo.
Gabriel divide los 490
años en tres partes: siete “sietes”; sesenta y dos “sietes”; y
un “siete”. El Mesías o Ungido o Cristo confirma el pacto con muchos por medio
de un “siete”, y a la mitad de ese período de “siete” “hará cesar el sacrificio
y la ofrenda” (vers. 27.) Además, “después de las 62 semanas se quitará la vida
al Mesías”. Esta declaración alude claramente a su muerte. (Véase el diagrama
de la página siguiente.)
Se necesita un poco de concentración para incluir
todos los detalles, y uno debe admitir que el hebreo no es siempre tan claro
como podría ser, lo cual conduce a la posibilidad de varias traducciones; pero
el énfasis de la profecía es claro: El propósito divino de la salvación del
pueblo de Dios no se puede cumplir mediante la sangre de animales (Heb.
10:11,12). Sólo Jesús lo podría hacer, mediante su muerte en la cruz. De modo
que Dios le estaba diciendo a Daniel que el establecimiento de un servicio
celestial en el cual Cristo es nuestro Sumo Sacerdote y ministra diariamente en
nuestro favor, era algo mucho más importante que la restauración del templo
terrenal.
¿Pudo comprender Daniel todo esto? Tal vez no.
Pero a nosotros que vivimos en una época posterior a los tiempos de Cristo, se
nos ha concedido la bendición de ver cuan maravillosamente se cumplen los
propósitos de Dios en la salvación de los seres humanos. Con semejante Dios,
¿tenemos alguna razón para enfrentar el futuro con algo menos que una confianza
total?
Escrito por Alberto Vega
Director y co-fundador del ministerio "El Punto
Cristiano". Capellán de la Red Nancional de Pastores y Líderes para el
Desarrollo de El Salvador, con estudios de Lic. en teología de The Miami
International Seminary, MINTS, SIMES para El Salvador.